El silencio de los corderos
Shaun es un cordero desea romper con la rutina de la granja donde vive. En busca de un momentáneo lapso de libertad, termina engañando al granjero y a su perro guardián. Todo sale peor de lo planeado, y terminan el perro, el granjero y las ovejas, de viaje en la gran ciudad.
Shaun: El Cordero (Shaun The Sheep Movie) no resulta una historia radicalmente novedosa. Son sus elecciones para contarla que la hacen admirable. Primero, nadie habla en la película. Cuando algún humano lo hace, resulta apenas un murmullo. Cuando un animal intenta comunicarse, ni una palabra.
Destaca el talento para narrar de forma tan clara y simple. Se deja de lado el bombardeo de color y movimiento para dar lugar a una narración más límpida y artesanal. La candidez de la propuesta, así como el tono amable de lo narrado, logra transmitir el espíritu de un bello cuento infantil. Sin la urgencia del impacto ni de pasarse de rosca, maneja con simpatía una aventura que fluye con pequeños gestos, con la mirada puesta en el detalle.
La candidez de la propuesta, así como el tono amable de lo narrado, logra transmitir el espíritu de un bello cuento infantil.
Es que Shaun resulta una película diferente a las animaciones actuales. El estudio Aaarman, el de Pollitos en Fuga y Wallace y Gromit: La Batalla de los Vegetales, se caracteriza por un manejo magistral del stop motion. En el caso de esta última obra, además, depuran la visión actual de la pirotecnia animada. Shaun: El Cordero elige utilizar de forma destacable el tiempo y el espacio.
Tanto en el ritmo narrativo, como en su austeridad visual, los directores Burton y Starzak consiguen dar aire a una maquinaria muchas veces deglutida por el frenesí sensorial. En esa idea de distraer más que entretener, se ceba a los chicos con un bombardeo multicolor sin justificación. Por eso, Shaun es bienvenido, así como el tierno discurrir de su impecable historia sencilla.