Tras la primera entrega de 2019, ¡Shazam! La furia de los dioses vuelve en muchos sentidos recargada, pero al mismo tiempo repitiendo varias de las fórmulas narrativas, dramáticas y visuales más transitadas del universo superheroico tanto de DC Comics como de Marvel. De hecho, las bromas explícitas a The Avengers no maquillan el hecho de que esta secuela toma unos cuantos elementos del objeto de su burla.
La principal pero no demasiado trascendente novedad de ¡Shazam! La furia de los dioses tiene que ver con las antagonistas, las Hijas de Atlas, un trío de antiguas diosas vengativas que llegan a la Tierra para recuperar la magia que les robaron hace mucho tiempo. Tras una escena inicial con un robo en un museo de Historia, Hespera (Helen Mirren), Kalypso (Lucy Liu) y la joven Anthea (Rachel Zegler, la revelación del musical Amor sin barreras), mantendrán un creciente enfrentamiento con los queribles y algo patéticos superhéores que ya conocimos en la entrega anterior.
En efecto, Billy Batson (Asher Angel) es el adolescente de Filadelfia que vive con padres y hermanos adoptivos y se debate entre las típicas problemáticas juveniles (para colmo ahora sufre del síndrome del impostor) y cómo manejar los poderes de sus alter-egos como superhéroes adultos. Cuando Billy se convierte en Shazam (interpretado por un siempre payasesco Zachary Levi) su vida entra en otra dimensión (hay, por supuesto, alguna elemental apelación al multiverso).
Entre la comedia torpe (Shazam es como una versión ATP de Deadpool) y la épica romántica (Billy tendrá flirteos con Anthea), esta nueva película de Sandberg terminará optando en su segunda mitad por el apocalíptico “rompan todo”, un festival de CGI con una montaña de secuencias de acción en la que se destruye media Filadelfia tras la aparición de un montón de monstruos mitológicos (dragones, minotauros, grifos, unicornios e inmensos felinos).
La sensación final que dejan los 130 minutos de ¡Shazam! La furia de los dioses es que esa acumulación, ese desborde permanente y ese intento por llenar todos los casilleros del cine de superhéroes le termina jugando en contra porque la película quiere ser muchas cosas a la vez, pero no profundiza en ninguna. Un remedo por momentos eficaz y en otros rutinario de muchas otras películas que deja en el camino varios de los hallazgos y características distintivas que había conseguido metido en su propia burbuja el film original.
PD: Como en toda película de superhéores, hay dos escenas post-títulos ligadas, en este caso, a la Liga de la Justicia y la Sociedad de la Justicia del Universo DC, y al malvado Thaddeus Sivana de Mark Strong. No adelantaremos, claro, su contenido. Para eso deberán soportar los más de 10 minutos de créditos finales.