Las películas de superhéroes perdieron hace tiempo el poder de la sorpresa. A esta altura del partido, cuando Marvel transita la fase cinco de su imperio cinematográfico y DC ya tiene una docena de películas estrenadas, el formato parece agotado. La mayor virtud de ¡Shazam! La furia los dioses aparece en el intento sobrehumano de buscar algunas variantes a las convenciones del género ya repasadas hasta el hartazgo.
David F. Sandberg había tratado de diferenciarse en la primera ¡Shazam! con un éxito relativo a fuerza de comedia adolescente, otra fórmula hoy día ya gastada.
¡Shazam! La furia de los dioses se muestra ingeniosa de entrada, cuando el superhéroe repasa el argumento completo de la primera película en menos de 30 segundos, mientras habla desde el diván con un médico, que apenas consigue explicarle al atribulado superhéroe que no es psiquiatra y su especialidad es la pediatría. Y ahí mismo la película hace explícitas las dos ideas que sobrevuelan toda la trama: identidad y familia.
La película recurre constantemente a este par de conceptos al estar centrada en la lucha de las hijas de Atlas por recuperar los superpoderes que le fueron arrebatados al titán. Esos mismos atributos son los que poseen el adolescente Billy Batson y sus hermanos, que al mencionar la palabra Shazam se transforman en superhéroes adultos.
Alter ego superheroico
El protagonista, mientras defiende el planeta de ese par de ninfas dispuestas a todo, deberá además inventarle a su alter ego superheroico un nombre y resolver los traumas de la infancia para encontrar su lugar en el mundo.
Zachary Levi vuelve a ponerse, con un candor ajustadísimo a su personaje, el traje de superhéroe y a Jack Dylan Grazer se lo nota otra vez comodísimo en el doble rol de hermano y mejor amigo. Las grandes incorporaciones al elenco aparecen con las deidades griegas, en la despiadada Kalypso de Lucy Liu y la soberana Hespera que interpreta Helen Mirren.
La actriz inglesa tal vez sea el gran diferencial de la película a partir del compromiso sobrenatural que demuestra en cada batalla, bien lejos de prestarse a ceder su prestigio en un pequeño rol poco demandante (otra práctica habitual en este tipo de cine).
La secuencia de acción inicial de ¡Shazam! La furia de los dioses pone la vara demasiado alta: la ninfa interpretada por Lucy Liu le susurra al oído a un hombre “desata el caos” en un museo y todos los turistas del lugar se transforman en una suerte de zombis salvajes que de golpe terminan petrificados como la escultura de Atlas que enaltece el lugar.
Sandberg trata de seguir tirando toda la carne al asador en cada enfrentamiento de los jóvenes superhéroes y, entre enemigos y compinches, aparecen más ninfas, minotauros, troles, mantícoras, arpías, un mago, un dragón “de madera” y lóbregos unicornios fanáticos de las golosinas. El cineasta intenta aumentar la intensidad para la llegada del clímax, pero la pelea final en el campo de un estadio de béisbol entre la despótica Kalypso y Shazam no está a la altura de los presagios.
El dilema interno que, al momento de enfrentar su destino, martiriza al superhéroe en busca de su identidad se convierte en una lucha más atractiva que esa última batalla que transcurre en el domo.