APRENDIZAJE COMPLETO
Si Shazam! se planteaba, con relativo éxito, como una pequeña comedia de aventuras adolescente en una línea ochentosa y contemporánea a la vez, su secuela no pretende innovar en demasía. Ese gesto, donde la repetición convive con la profundización y expansión, le termina jugando a favor y la coloca en un lugar distintivo dentro del universo de DC, que está a punto de entrar en otra etapa de reformulación. ¡Shazam!: la furia de los dioses es honesta y consistente con su predecesora y consigo misma, incluso en sus defectos.
Hoy que decir que, en su vocación por consolidar un tono juvenil y despreocupado, el film de David F. Sandberg (nuevamente a cargo de la dirección) va de menor a mayor. El relato parte desde un momento de crisis para Billy Batson/Shazam: le cuesta erigirse como líder de su grupo de héroes (que a su vez es cuestionado por los habitantes de la ciudad donde viven), no consigue consolidar su propia identidad dentro de su familia adoptiva y su autoestima está en baja. Para colmo, la entrada a la adultez se aproxima rápidamente e indudablemente no se siente preparado para eso. En ese contexto, irrumpen las Hijas de Atlas, un trío de antiguas diosas que arriban a la Tierra buscando la magia que les fue robada hace un largo tiempo. A partir de ahí, se desatará una batalla por los poderes de los protagonistas, pero también por sus vidas y hasta por la supervivencia del planeta.
A la película le cuesta plantear su conflicto central, en buena medida porque la abundancia de personajes lleva a un despliegue de subtramas a las que les lleva un tiempo amoldarse entre sí. Pero pasado el primer tercio, se hace cargo de lo que debe contar y avanza sin culpa ni solemnidad, priorizando un sentido donde lo lúdico y la comicidad van de la mano. De hecho, la cantidad de idas y vueltas que hay con el argumento solo podrían sostenerse desde una apuesta constante al disparate, y la puesta en escena de Sandberg se muestra plenamente consciente de ello, aunque sin caer en una canchereada cínica. Y eso sucede porque el relato transmite un cariño innegable por los distintos personajes, que son cabalmente el centro de todo lo que vemos: por más que haya referencias a otras figuras de DC, lo que importa es lo que les pasa a Billy y sus amigos, a esa pequeña familia ensamblada desde la amistad y un heroísmo casi involuntario, pero aún así sincero.
Ese acto de aferrarse a sus jóvenes protagonistas, a sus amoríos, dudas, deseos, dramas y gestos heroicos, conducen a que, al momento de arribar a las resoluciones, ¡Shazam!: la furia de los dioses alcance un cierto nivel épico y hasta conmueva un poco. Sin ser una maravilla, a pesar de sus baches y arbitrariedades narrativas, esta secuela mejora a su predecesora y redondea apropiadamente el recorrido de aprendizaje de sus personajes principales e incorpora a otros relativamente atractivos. Es difícil que, con los nuevos planes de DC Studios, la saga de Shazam siga adelante, como bien lo indica esta nota, pero quizás eso no deje de ser una buena noticia: al fin y al cabo, Billy Batson y sus compañeros de aventuras alcanzaron la madurez justo a tiempo.