¿Quién no quiere ser un superhéroe?
David F. Sandberg es un realizador que ha venido trabajando en el género del terror paranormal (Anabelle: Creation y Cuando las luces se apagan, por citar únicamente sus largometrajes), siendo esta producción, Shazam!, su primera experiencia por fuera del género al que está acostumbrado. Y se nota.
Uno de los principales defectos de la película -a mi juicio- es la ambigüedad genérica, que va de la mano de una indeterminación en torno al perfil etario al que la película pretende ofrecerse. Por momentos parece querer ser comedia (sobre todo las escenas en que aparece Shazam, cuya torpeza corporal nos recuerda la serie de 1981 The Greatest American Hero con William Katt y Robert Culp); por momentos busca el carácter melodramático; por momentos quiere ser fantasía infantil; por momentos aborda tonos más oscuros, cercanos a una temática paranormal (a la que está acostumbrado evidentemente su realizador). La ambigüedad genérica no resulta problemática debido a problemas clasificatorios, sino por lo inorgánico de sus partes, la debilidad de las conexiones entre los tonos narrativos, y la excentricidad de las decisiones en torno, por ejemplo, al personaje del héroe.
En este último caso, se podría haber justificado la inadecuación corporal que el héroe manifiesta, no sólo en las acciones realizadas, sino también en la figura corporal, al límite del grotesco, por una inadecuación corporal del Bill adolescente. Sin embargo, tal cosa no ocurre, y, por el contrario, Bill se nos muestra como una persona con buen dominio corporal, y seguridad de sí mismo. Se dirá que es una inversión de la lógica Clark Kent/Superman, donde Clark es el torpe y tímido, y el superhéroe, el extrovertido y hábil. Empero, en el caso de Superman tal antagonismo está justificado diegéticamente como parte de una estrategia que emplea Superman para pasar desapercibido; en el caso de Shazam, es un capricho del relato, sin justificación aparente.
Es también torpe la edición de la película, que tiene su inicio con la conversión del niño en el malvado Dr. Sivana. Esta torpeza trabaja en dos dimensiones: la claridad narrativa, y la efectividad dramática. Respecto del primer tópico, el espectador no iniciado en el personaje del cómic, puede verse confundido con la extensa presentación de este niño que finalmente no será Shazam. Esto es debido a que tradicionalmente un relato clásico presenta en la primera secuencia la constitución del héroe, y no del oponente. En todo caso, si es necesario ahondar en la constitución del villano, tal cosa sucede siempre a posteriori. La razón fundamental de ello es reforzar la impresión inicial y la identificación afectiva del espectador con el héroe. En cuanto a la segunda cuestión, toda la secuencia no hace más que dilatar innecesariamente la presentación del personaje principal, cuya biografía finalmente pretende subsanarse por medio de un expediente flashback y posterior conversación con la madre, cuyos elementos narrativos no sólo resultan inverosímiles sino también confusos. Pero lo peor del caso es que el desengaño de Bill respecto de la expectativa de ese reencuentro, que se supone lo motorizó tanto como para huir de numerosas familias, desemboca en una indiferencia tan inexplicable como carente de impacto dramático en el desenlace de la historia. Toda la biografía de Bill, incluido el reencuentro con su madre, podría haberse omitido (como podría haberse omitido también la melodramática biografía de Sivana) y el núcleo del relato hubiese quedado intacto.
El relato es previsible y carece tanto de esa poética que permite entrar en la suspensión de la credulidad, como de la ironía necesaria para poder burlarse de sí misma. Ese punto tibio intermedio -ni una cosa, ni la otra- es parte de la indefinición que la película arrastra durante todo el relato.