Sherlock Holmes: Juego de sombras

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Detective y aventurero

A dos años de la primera producción dirigida por Guy Ritchie y con los protagónicos a cargo de Robert Downey Jr. y Jude Law, ahora llega una segunda parte que no levanta la puntería.

Con relación a la primera de la saga, en Sherlock Holmes: juego de sombras todo aparece amplificado: más presupuesto, explosiones, persecuciones, personajes, escenas de acción. Al mismo tiempo, sobresale la ineptitud de Guy Ritchie (también responsable de la anterior) para concretar un verosímil en medio de tanta pirotecnia visual aferrada al todo vale que caracteriza a este tipo de producciones. Si en Sherlock Holmes de 2009 el entretenimiento se sustentaba en la química actoral entre Robert Downey Jr. (Holmes) y Jude Law (Watson), ahora la repetición del gesto se transforma en cliché, guiño vacío, arquetipo original convertido en estereotipo sin sustancia.
La historia ubica a Holmes enfrentado a un gran rival, el inteligente profesor Moriarty (Jared Harris), ya que la película establece la confrontación de ambos como si se tratara de un western. Pero, claro está, se trata de un duelo entre interrogantes e hipótesis, donde el personaje de Conan Doyle supone que su rival sería el culpable del inicio de la Primera Guerra Mundial. En efecto, se producen una serie de inexplicables atentados que configurarían una futura disputa bélica entre Francia y Alemania y allí están Holmes (seductor aventurero) y Watson (sostén infalible para los planteos del primero) listos para rescatar al mundo.
En Sherlock Holmes: juego de sombras hay más personajes, pero esto no implica que tengan peso dramático dentro de la historia. Por ejemplo Madame Simza (Noomi Rapace), de apabullante presencia pero ineficaz dentro del relato, como si la historia que se cuenta sólo le destinara un rol superficial y satelital, meramente ilustrativo. De allí que Ritchie sólo se vale de la fórmula gastada (válida pero raquítica) de contar con un par de actores carismáticos como centro del relato. Ahora bien, ¿es suficiente para concretar una película interesante?
El juego del gato y el ratón es transparente y de discurso directo. Los chistes y las ironías están puestos ahí, sin mediatizaciones ni sutileza alguna. Todo transcurre a puro acierto de guión, o en todo caso, el film se vale de una frase expresada en el momento adecuado, de una sonrisa de Robert Downey Jr., de un astuto corte de montaje, de un primer plano de Jude Law, de una explosión inesperada. Es decir, todo está en su justo lugar y hasta puede resultar entretenido dentro de lo que espera en esta clase de superproducciones. Entonces, ¿es suficiente para sostener dos horas donde los únicos aspectos rescatables ya estaban en el film anterior?
En un verano cinematográfico de películas aceleradas y personajes que no paran de correr invocando a la tan fagocitada adrenalina del mainstream, Sherlock Holmes: juego de sombras es otro ejemplo de ineficacia vacía, de producto pasatista, de entretenimiento planificado para el goce efímero. En cuanto al sobrevalorado Guy Ritchie (Snatch, cerdos y diamantes; Juegos, trampas y dos armas humeantes), con el devenir del tiempo, la historia del cine terminará identificándolo por tratarse del ex-esposo de Madonna y padre de dos criaturas. Sólo por eso.