Sherlock Holmes: Juego de sombras

Crítica de Marcelo Menichetti - La Capital

Lo que definía al Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle era su extraordinaria capacidad deductiva que le permitía desentrañar los más enrevesados misterios. Su autor le confirió conocimientos de boxeo, esgrima y defensa personal, pero sus éxitos se basaron en sus aptitudes intelectuales. Sin embargo, en “Sherlock Holmes 2: juego de sombras”, el director lo muestra como un temerario guerrero-acróbata, dueño de una gran agresividad. La resultante es una vertiginosa persecución —desde Inglaterra hasta Suiza pasando por Francia y Alemania— protagonizada por el detective, Watson y la gitana Sim, tras el profesor Moriarty. El resultado es grotesco y desperdicia la gran producción desplegada. Se abusó de los efectos especiales en desmedro de lo que siempre caracterizó al personaje central, su inteligencia.