PERDIENDO EL TIEMPO
Segunda entrega de la serie de Sherlock Holmes dirigida por Guy Ritchie. Los mismos defectos de la anterior y algunas pocas virtudes que no alcanzan para hacer justifica con tan magnífico personaje.
A favor de la credibilidad de mi texto he de decir que Guy Ritchie me parecía un director insufrible aun antes de llevar a la pantalla a los personajes de mi escritor favorito. No soy un purista ni me molestan las adaptaciones heréticas y disparatadas de los clásicos. Dentro de la historia de la literatura, incluso, se han hecho más pastiches partiendo de Sherlock Holmes que de cualquier otro personaje creado en el siglo XIX. No es eso lo que hace que los dos films de Sherlock Holmes me resulten por momentos irritantes, pero mayormente indiferentes. La puesta en escena de Guy Ritchie es una pesadilla para cualquier que valore las posibilidades del lenguaje cinematográfico. Su estilo por momentos es grotesco, por momentos es un cuchillo en la mirada del espectador entrenado. Sus cámaras lentas, desaforadas y carentes de cualquier criterio, son molestas no sólo porque no son bellas, sino porque tampoco encuentran ningún tipo de justificación estética, ni siquiera la del recurso por el recurso mismo. Pero lo que delata la falta de compromiso del director son esos momentos en los que para darle ritmo a un diálogo hace hablar a los actores rápido y hace coincidir sus palabras con cortes a los rostros de cada uno. A cada réplica, un corte. Es una pena que a esta altura de la historia del cine alguien crea que ritmo es cortar rápido. Evidencia este método, por lo menos, una ausencia de confianza en las posibilidades de la cámara y una subestimación del espectador.
Pero no todas son sombras en esta nueva película de Holmes y Watson. Estamos en un film industrial y por momentos el diseño de producción, el vestuario y todos los detalles de dirección de arte logran mejorar la experiencia. Los actores, aun frente lo artificial y pomposo del estilo Ritchie, consiguen mostrar algo de carisma. Como novedad, el tan mentado homoerotismo entre Holmes y Watson aparece aquí, jugando con algunos dobles sentidos y subtextos, más allá de los obvios celos del detective de Baker Street por el casamiento de su amigo doctor.
Partir de un personaje tan grande y de un período histórico tan rico e idóneo para desplegar aventuras y misterio, y finalmente llegar tanto solo a estos pequeños detalles es verdaderamente una pena. Pero a esta altura es imposible que la serie, de seguir en manos del mismo director, consiga levantar la puntería.