Con todos los rasgos del detective
La película de Guy Ritchie mereció los comentarios de los dos críticos de Rosario/12, que subrayaron distintos aspectos de la obra. El célebre investigador creado por Arthur Conan Doyle -inspirador de tantas obras- hace gala de su lógica.
Reconozco que una serie de prejuicios marcaban en mí una gran resistencia para ingresar a la sala. Al ver el afiche, con tan taquilleros actores, igualmente talentosos, me asaltaron los rostros de Basil Rathbone, Peter Cushing, del mismo Buster Keaton en su rol figurado, Michael Caine y Christopher Plummer. ¿Qué iba a pasar ahora, si ya en los trailers y avances el film parecía no diferenciarse de tantas historias de superhéroes y escenarios digitalizados del cine de hoy?
Y sin llegar a admirarlo mientras la veíamos, ni a la salida del cine, pudimos sí comprobar, teniendo en cuenta su vertiginoso aggiornamiento, que allí estaban presentes aquellos rasgos que sí identifican al tan célebre personaje que creado por la pluma de Sir Arthur Conan Doyle llegó a inspirar, aún en los tiempos del cine mudo, a numerosos realizadores, llegando a alcanzar hoy más de doscientos títulos en la pantalla.
El Sherlock Holmes y el Watson de la versión de este tan convencional director llamado Guy Ritchie definen un juego de situaciones en la Inglaterra victoriana que permite reconocer las marcas más identificables del personaje que inspiró posteriormente todo un tratado de semiología y que se reconoce por sus pertenencias, ya íconos de la cultura que pueden ser admiradas aún en el 221 de Baker St.
Y en este sentido, más allá de las situaciones de lo que denominamos "películas de acción" está, sobre todo, el recorrido de un sistema de lógica deductiva que escuchamos particularmente, en situaciones críticas, como voz en "off" y como pruebas de resolución frente a los demás. Todo ocurre en un espacio de intriga y crímenes, de órdenes secretas, de rituales y continuas pistas marcadas por símbolos y que llevan, en un diagrama geográfico, a la próxima víctima; tal como este mismo año se hacían pura evidencia en Angeles y demonios; no ya en la Roma de las esculturas de Bernini sino en la Londres de personajes de dobles comportamientos, como lo representa la literatura de aquellos años.
Pero el film de Guy Ritchie no sólo se apoya en la capacidad de análisis del personaje, algo que está siempre presente en el film, a veces de manera hiperbólica, sino que me lleva a recordar uno de los retratos más osados, que sobre el detective y su colaborador, el Dr. Watson, haya logrado ofrecer el cine. Film maldito tanto por la crítica y el gran público, La vida privada de Sherlock Holmes, uno de los films favoritos de Billy Wilder, de 1970, el que el deseaba que vieran como su testamento fílmico.
Wilder logró acercarnos la visión de un hombre vulnerable y desvalido en los afectos. Ya en el inicio del film, escuchamos la voz en off que nos lleva a que, cincuenta años después del fallecimiento de Watson se pueda abrir el cofre de recuerdos personales, que espera en una de las bóvedas del Banco de Londres. Y allí, mientras comienzan los títulos del film, vemos aquellos elementos que hoy señalan al personaje de Holmes: fotos, sombrero a cuadros, su pipa, su reloj de bolsillo, esposas y revólver, partituras de violín, una jeringa, y particularmente los manuscritos de Watson, principio de más de sesenta casos.
Hoy, a casi cuarenta años del olvidado film de Wilder, Guy Ritchie retoma algunos aspectos (pese a que a veces la súper acción supera ciertas reflexiones) sobre los personajes y no olvida además lo que estaba presente como marca propia del film de su predecesor, la adicción a la cocaína, el problema de Holmes con las mujeres y de manera subrayada su conducta ambigua, por momentos homoerótica, con su fiel asistente Watson. Todo ello en el espacio en el que se está construyendo el Tower Bridge.