Una aventura que no da respiro.
No llamen a Scotland Yard...llamen a Holmes” sintetiza el espíritu de esta aventura que Guy Ritchie volcó en la pantalla grande con ingenio visual, humor y un tono oscuro que le brinda la magia negra y los poderes milenarios.
Si la película funciona es por la buena dirección y por un ritmo que nunca decae a lo largo de dos horas, con buenas escenas de acción y con una Londres reconstruída hasta en los más mínimos detalles, como el Puente de la ciudad, aún en pañales, que será el escenario para un desenlace en las alturas.
Robert Downey Jr. es un buen actor, y su personaje le exige estar desprolijo, pero rápido en las deducciones y en las conclusiones. Mucho más que el espectador. Por momentos copia en exceso a Johnny Depp en La leyenda del jinete sin cabeza, mientras que Jude Law aparece como el doctor Watson, en un rol más parco. Pero juntos son explosivos y logran su cometido.
La trama acumula muertes, apariencias engañosas y ata cabos de manera rápida. Además incluye a un villano de temer (Mark Strong) que vuelve del más allá; rinde homenaje a James Bond (el gigantesco rufián es como Richard “Mandíbula” Kiel en La espía que me amó) y recuerda incluso a Jack, el Destripador.
Una superproducción que inmortaliza una vez más la figura del genial detective que tantos rostros tuvo en sus diferentes versiones: desde Basil Rathbone, pasando por Peter Cushing, Christopher Lee, Roger Moore y Christopher Plummer. Ahora es el turno del actor de Iron Man y la reciente El Solista.