Oeste cruel y y sin embargo te quiero
Cortita y al pie, como aman decir los que se dicen amantes del buen fútbol cuando quieren ejemplificar si un equipo juega bien o mal. Así es el film de Jeff Nichols. Sin mayores problemas, cuenta la historia de dos familias que tranquilamente podrían ser una si el padre no hubiera abandonado la primera para formar la segunda.
En el medio oeste norteamericano, esa región que junto con Texas parece que todavía se arregla todo a los tiros, cuando el hijo mayor abandonado se entera de la muerte de su padre va al funeral a escupir el cajón. Los medio hermanos se enojan y enemistan, prometen venganza, a lo cual los otros prometen más venganza, y ya todos se pueden imaginar el desarrollo. Pues bien, sucede eso, pero en el tiempo preciso (como si lo hubiera, que uno nunca sabe cuál es, pero siempre se da perfectamente cuenta), con los planos justos (vale lo mismo que lo anterior), los tiempos muertos necesarios (ídem).
La tensión crece, y en el preciso momento en que uno va a esbozar el andá, más de lo mismo, el film comienza un aterrizaje que nada ni nadie había anunciado. Y con esa sorpresa despeja el fastidio, y con la música (buenísima banda de sonido) relaja para que el espectador se ponga amigo y espere el final. De los más lindos vistos en tiempo, de los más esperanzadores: incluso cuando se siente que ha sucedido lo peor, algo puede hacer remontar todo sin que el camino tenga el sabor de la derrota.