Entre la tragedia y la falsa esperanza
Hay que comenzar a separar las aguas cuando se habla de “cine independiente americano”. En realidad, la “independencia” hoy es mucho más económica (en el sentido de que son films a los que los grandes estudios sólo apuestan, si lo hacen, después de realizados y pasados por algún evento del tipo Sundance) que formal. Así, esta película sin estrellas, sincera y bien filmada, debería no ser considerada respecto de sus condiciones de producción sino de la pertenencia a una tradición, en este caso el melodrama familiar. La historia es la de tres hermanos, hijos de un padre abusivo que un buen día, tras pasar por la cárcel, encontró a Jesús y se volvió un tipo normal con una familia (otra) normal. El hombre muere; comienza entonces el ajuste de cuentas con el pasado de estos tres hermanos; un ajuste de cuentas que lleva a la violencia. Sin embargo, no hay regodeo: la barbarie implícita en el paisaje que muestra, metafóricamente, a estos personajes como náufragos. Sin embargo, el sino trágico que campea sobre la historia no es definitivo y en eso radica –paradójicamente– tanto el atractivo como la debilidad del film. Lo primero, porque se mantiene la tensión de la esperanza, a pesar de lo terrible. Lo segundo, porque esa “esperanza” aparece como una necesidad extracinematográfica, como si nadie quisiera que el espectador salga del cine totalmente amargado sino con una enseñanza. La sinceridad sobre los personajes y la empatía que hacia ellos muestra el realizador hacen que este defecto no se note demasiado, que sea apenas un zumbido en el recuerdo que motiva la insatisfacción.