Sátira del hombre alienado
Peretti protagoniza esta historia sobre un vendedor inmobiliario que navega entre la supervivencia al día a día y la búsqueda de trabajo. Un guión sutil que permite la reflexión.
Showroom, primera incursión de Fernando Molnar en la ficción, describe a un mundo y a un personaje en clave de comedia negra, con incidencias de la sátira pero sin necesidad de caer en el trazo grueso y en la crítica subrayada como exposición de un conflicto. La vida del vendedor inmobiliario Diego (Diego Peretti, quien confirma que su rostro es parte de una puesta en escena), navega entre la supervivencia al día a día y la imperiosa búsqueda de trabajo. Lo consigue, en la gran metrópoli, cuando él junto a su familia se establecen en la bucólica naturaleza del Tigre. Un trabajo en un showroom, un simulacro del confort y de los temores de la clase media que oculta su paranoia en esas fortalezas instaladas desde la publicidad. Pero ojo, Showroom es una comedia, que expresa sus inquietudes a través del montaje eficaz, del uso dramático de los primeros planos del rostro de Diego, de la conformación de una clase de humor que se basa en la repetición, como si fuera un film "slapstick" pero sin agresión física ni golpes y caídas gratuitas.
En ese sentido, el sutil guion de Molnar junto a Sergio Bizzio (director de Animalada y Bomba) y Lucía Puenzo (El niño pez; XXY; Wakolda) permite la reflexión del espectador en medio de las torpezas e infortunios que vive el personaje central. Un personaje que (sobre) vive en un mundo de contrastes: naturaleza versus cemento; autos desvencijados versus autos último modelo; el Tigre como paraíso real versus Palermo Boulevard como paraíso artificial. Es que la trama alude a un gran artificio del que dependerá el futuro de Diego, atribulado, agotado y construido como individuo para (sobre) vivir en un mundo mejor, no en ese al que obliga la subsistencia laboral y la decisión personal previo paso por aquello que propicia una seductora catarata de publicidades.
Molnar maneja con astucia los momentos agridulces del film (la mayoría) y los escasos instantes de felicidad del personaje central. Sostiene los objetivos dramáticos sin caer en el peligroso patetismo ni en una mirada superior en relación a la historia y al protagonista. Mira pero no opina en exceso sobre las idas y vueltas de Diego y su trabajo, exigiéndole al espectador que complete algunas zonas oscuras y que reflexione sobre el comportamiento de un personaje y de una sociedad que oprime y desea anularle su identidad. A través de esa inteligente visión del mundo, teñida de cierto distanciamiento afectivo que hasta puede transmitírsele al público, surge el rostro de Peretti, extraña mezcla de Buster Keaton, Discépolo y un cómico italiano del período clásico.