Shrek y un extraño pacto con el mal
La última entrega de la saga del ogro verde es la más convencional, aunque conserva ritmo y excelencia visual
Esta cuarta (y aparentemente última) entrega de la saga de Shrek mantiene su excelencia estética, su ritmo adrenalínico, su apuesta por el gag físico y verbal casi sin pausas y la simpatía de sus queribles personajes, pero el film dirigido por Mike Mitchell resulta el más convencional, el menos inspirado de esta exitosa franquicia infantil (familiar).
Los signos de agotamiento y la necesidad de recurrir a fórmulas y lugares comunes de la producción animada son evidentes en buena parte de los 93 minutos de la película, que de todas maneras se sostiene en buena medida por el encanto de sus protagonistas y por el despliegue cromático, un diseño visual que en esta oportunidad incluye además muchos efectos de alto impacto concebidos para el disfrute de los más chicos en las salas digitales 3D.
El guión de Darren Lemke (uno de los autores de la cotizada serie Lost ) y Josh Klausner ( Una noche fuera de serie ) arranca con un Shrek agobiado por la crianza de sus tres hijos y harto de la rutina cotidiana. Convertido él mismo y su pantano en atracciones turísticas, desea recuperar la esencia de un ogro: vivir sin límites ni ataduras. Así, resulta una víctima fácil del cruel y ambicioso mago Rumpelstiltskin (la principal incorporación del film), que desea apoderarse del reino de Muy Muy Lejano. Para colmo de males, el anithéroe descubre que Fiona (de la que se ha ido alejando progresivamente) es ahora la líder de un grupo revolucionario de ogros que enfrenta a ese nuevo dictador. Deberá, por lo tanto, unirse a la lucha y reconquistar su amor.
Ya sin la creatividad, el ingenio, el desparpajo ni esa capacidad casi inagotable para sorprender, emocionar o divertir que regalaron los dos primeros capítulos (que consiguieron, entre otros muchos méritos, participar nada menos que en la competencia oficial del prestigioso Festival de Cannes), esta película se circunscribe a la apuntada solvencia técnico-visual y a la irrupción de algunos chispazos en los que vuelve a aflorar ese humor irreverente que convirtieron a Shrek, Fiona y Burro en personajes animados tan queridos y con destino de clásicos. Se trata, por lo tanto, de una despedida honrosa, pero al mismo tiempo bastante lejana de los mejores y más memorables momentos de la saga.