Todo lo que fue y ya no es
Catalogada como “la última aventura”, Shrek para siempre (Shrek Forever After, 2010) es la triste culminación de un saga cuyo encanto se diluyó a medida que aumentaban las secuelas. El brillo, la frescura y el halo novedoso son apenas un grato recuerdo.
La trama ubica al ogro en un ámbito para él desconocido: la paternidad. Hastiado por la rutina, nuestro héroe sufre el engaño de Rumplestiltskin, quien le ofrece un pacto tramposo: la concreción de su felicidad a cambio de que éste pase un día en el cuerpo verde. La realidad alternativa tiene a Muy Muy lejano sumido en la monarquía absolutista del malvado, y a Shrek y Fiona como ilustres desconocidos. Para pulverizar el hechizo, el protagonista deberá –cuándo no- zarparle un beso al verdadero amor.
Resulta importante recordar lo que Shrek (2001) significó –en pasado- para el cine de animación. La irrupción de la historia del ogro verde enmarcado en un relato clásico-fantástico trajo un hálito de frescura a la casi siempre –ese casi es Pixar- pueril y obsoleta animación infantil. Fue también un batacazo en taquilla por el que nadie apostaba demasiado en la temporada boreal 2001 norteamericana, y un espaldarazo para la incipiente compañía SKG. Pero empezaron la secuelas y la historia mutó a franquicia, los productores en explotadores y el simpático ogro verde en personaje institucionalizado. Ese cóctel, se sabe, es letal para el cine.
Es interesante trazar un parangón con la mencionada Pixar y el reciente estreno de la maravillosa Toy Story 3 (2010). Mientras que allí hay una evolución en los personajes (vean la triste certeza del paso del tiempo, y de su tiempo, que sufre Andy), en la animación (el 3D es perfecto) y un profundo conocimiento por los géneros clásicos que transita con la seguridad de la confianza (el flashback de Lotso), aquí hay un apelmazamiento de ideas, un menjurje no sólo de ideas ajenas sino la reiteración ad infinitum de aquellos gags otroras eficaces.
No faltará purista que enarbole la bandera del plagio. Sería posible soslayar la copia argumental a Qué bello es vivir (It's a Wonderful Life, 1946) siempre y cuando el producto final esté a la altura de hacerlo, o al menos una idea que transponer en pantalla. Al fin y al cabo, desde las tragedias griegas en adelante las premisas artísticas giran en derredor de un puñado de temáticas básicas donde las pequeñas diferencias tanto técnicas o narrativas dotan al producto de una distinción que las despegue del cúmulo, elemento que en Shrek para siemprese corporiza en un unos anteojitos para espectador... El cierre merecía una película mejor.