Una despedida que no estaba en los planes
Lejos de la mera regurgitación del primer éxito y del agónico manotazo de ahogado que proclaman algunas voces agoreras, el nuevo Shrek no apuesta, como las dos anteriores, a caricaturizar los cuentos de hadas, sino a establecer con ellos un diálogo creativo.
Según opiniones coincidentes, la cuarta entrega de Shrek sería el equivalente de Alien 4, Pesadilla 4 o Rocky 4: el agónico manotazo de ahogado que permita arrancarle un huevo más a una gallina que los pone de oro. Manotazo que en este caso se da con el reforzado guante del 3D. Posible despedida de la saga, según el propio título parece confirmar, Shrek para siempre equivaldría, según esas críticas, al perezoso regurgitar de grandes éxitos de antaño. Para peor, su única razón de ser habría sido rebatida en boleterías, resultando por lejos la de más baja recaudación de las cuatro. Derrota concluyente, entierro y adiós, ogro asqueroso. Pero, ¿y si en lugar de eso resultara que esta Shrek mejora las dos anteriores, representando una despedida sorpresivamente digna para una saga que parecía muerta antes de tiempo? ¿Si fuera una resurrección postrera, en lugar del tiro de gracia?
Shrek nació con un vicio de origen, que no consiste en sacarse cera de los oídos, abusar de flatulencias o comer cualquier porquería. Introductora tardía de la posmodernidad en el reino de la animación, la serie siempre basó su efecto en la paráfrasis irónica de ciertas tradiciones, que van del cuento de hadas tradicional al cursikitsch disneyano, pasando desde ya por el Hollywood más cliché. La ironía es su fuerte pero también su debilidad, en tanto tiende a quitarle autonomía, la hace dependiente de modelos previos y la expone a la burla facilonga. La primera Shrek mantenía esos demonios a raya, poniendo en juego convicción, efecto sorpresa, alta eficacia cómica y verdadera creatividad. La segunda (y, más aún, la tercera) caía, en cambio, bajo el peso de la autoindulgencia, el chiste trajinado, la recurrencia al guiño. Igual les fue bárbaro. En contra de lo que aconsejaban el éxito sostenido y el cálculo de ganancias, alguien habrá advertido el alarmante desgaste, promoviendo el cambio de frente que Shrek para siempre representa.
Con guión de Josh Klausner y Darren Lemke (el primero, guionista de la reciente Una noche fuera de serie), no apuesta, como las dos anteriores, a caricaturizar los cuentos de hadas, sino a establecer con ellos un diálogo creativo. De hecho, la mecánica entera de Shrek para siempre está sostenida en la aparición de Rumpelstilskin, duende perversón a quien dos siglos atrás reciclaron los hermanos Grimm, a partir de relatos tradicionales. En el original, Rumpelstilskin engaña a la hija de un molinero. Aquí se aprovecha del bueno de Shrek, ofreciéndole un día como los de antes, cuando asustaba a la gente y no era un estresado padre de familia burgués, rodeado de frenéticos ogritos gritones. Como Fausto sabe de sobra, el costo de esa clase de transacciones suele ser altísimo. Para no perderlo todo, el grandote deberá emprender una aventura en un mundo alternativo, en el que Fiona-amazona lidera a un grupo de ogros resistentes. Desde ya que se suman Burro (con un peso notoriamente menor que en las anteriores, dando por resultado menos chistes y más historia), la dragona, el Gato con Botas, el Hombre de Jengibre y toda la troupe.
Monarcas usurpadores, ogros brutos y compinches –como galos de Asterix–, una princesa presa de un sortilegio, un ejército de brujas ominosas y hasta el Flautista de Hamelin (ahora como temible cazador de recompensas) tejen sobre la historia una red protectora, hilada con hilos que vienen de antiguo. Teniendo en cuenta que a lo que conduce la aventura de Shrek es a hacerle revalorizar el orden doméstico, se acusará a esta fábula, no sin razón, de ultraconservadora. Tanto como la de Qué bello es vivir, otro cuento de hadas hollywoodense, al que Shrek para siempre se parece sospechosamente. ¿Pero acaso su cuestionable moral de fondo impedía a la película de Frank Capra ser encantadora? Sí, es verdad: el ogro y la guerrera sólo quieren dejar las armas, para volver a la tranquilidad del pantano burgués. Cuestión de hechizo tal vez, eso no anula la aventura previa, los hallazgos, la cohesión narrativa y hasta la muy expresiva técnica que, durante hora y media, depara esta otra fábula ultraconservadora.