El ogro sin pasado
El otro gran tanque infantil de la temporada (luego de Toy Story 4) llegó el fin de semana a nuestra ciudad, precedido de una repercusión inusualmente heterogénea, con la crítica dividida entre elogios (los menos) y vituperios diversos, una variedad que se podría pensar habla más bien que mal de la película, ya que al menos se demuestra capaz de romper las redes de consensos que suelen venir bien tejidas en la recepción especializada de éste tipo de obras. Ni la mejor de la serie ni por supuesto la peor, la cuarta entrega de Shrek es en primer término una película distinta a las anteriores, empezando porque es quizás el primer filme pensado enteramente para el formato 3D desde el renacimiento global de esta tecnología, incluso más aún que Avatar. Y siguiendo porque, por primera vez, su esquema narrativo no está basado en la transgresión y tergiversación de los clásicos cuentos infantiles, sino en la construcción de una ficción ya independizada de aquellos, deudora acaso de otras fuentes relacionadas con el cine clásico hollywoodense. El resultado no es así el peor imaginable para una cuarta (y se supone última) entrega, aunque hay que decir que tampoco logra dejar atrás el agotamiento que ya había evidenciado su predecesora.
Puestos a imaginar un argumento para la cuarta entrega, los nuevos guionistas Josh Klausner (Una noche fuera de serie) y Darren Lemke (uno de los escritores de Lost) enfrentaban un problema capital: ¿cómo revitalizar una historia que había decantado hacia el ámbito familiar pequeñoburgués, tan sagrado para el imaginario norteamericano? ¿Cómo reinventar, en fin, un cuento que ya había tenido su final feliz? La respuesta hizo honor a los pergaminos de sus autores, y vino por el lado de la reapropiación de cierta tradición del cine norteamericano largamente transitada en los años ´90, relacionada a filmes como Qué bello es vivir ó Volver al futuro. Como en el clásico de Frank Capra (de 1946), Shrek accederá aquí a una realidad paralela donde él nunca ha existido, aunque esta vez será a su pesar, ya que el conflicto central del filme pasará por intentar recuperar su existencia perdida. Al inicio, el entrañable ogro se encontrará agobiado por la vida familiar y la crianza de sus tres inquietos hijos: una lograda secuencia muestra cómo la idílica vida familiar en el pantano se va convirtiendo, a fuerza de rutina y trabajo sin descanso, en un infierno que aprisiona a nuestro protagonista, quien anhela secretamente recuperar la libertad perdida. Su hartazgo será aprovechado por el mago Rumpelstiltskin, que toda su vida ha querido apoderarse del reino de Muy Muy Lejano, y le ofrecerá un acuerdo por el cual Shrek podría recuperar su antigua libertad durante 24 horas. Claro que el pacto esconde una trampa, y nuestro protagonista se verá atrapado en una nueva realidad donde nadie lo conoce y donde Fiona lidera un grupo revolucionario de ogros que intenta derrocar a Rumpelstiltskin, convertido en el nuevo dictador del reino con un ejército de brujas a su servicio. Para colmo, Shrek sólo tiene 24 horas para recuperar su antigua existencia, y de lo contrario terminará desapareciendo para siempre.
Volcada decididamente hacia la acción física y la aventura, Shrek 4 tiene un diseño formal determinado esencialmente por la tridimensionalidad: como nunca antes, hay numerosas escenas de acción narradas con planos secuencias que explotan a fondo la profundidad de campo, potenciando los efectos en 3D, y dándole al filme un cariz distinto a sus predecesores. La cuestión pasa por ver si tamaño despliegue está justificado por la trama, y la verdad es que no siempre es así, ya que algunas secuencias parecen insertadas únicamente para destacar los efectos 3D (o incluso para anticipar los futuros productos de videojuegos para niños), aunque el trabajo técnico sobre la imagen resulta nuevamente sobresaliente. A favor, hay que contar también la decisión de centrar los gags humorísticos y la mirada irónica no ya sobre las clásicas tradiciones infantiles, sino sobre la propia ficción construida por sus películas predecesoras (así, el Gato con botas es un obeso, el Burro un esclavo de las brujas, y el Hombre de Jengibre un gladiador romano), lo que le devuelve al filme parte de la vitalidad perdida en la segunda y tercera entregas. También se repiten ciertos vicios por supuesto, como dirigir predominantemente el humor hacia el público adolescente, un mal que parece endémico en el género, bajo la idea de abarcar tanto a grandes como a chicos, algo que margina a los más pequeños de un universo que les debería ser propio.
Por Martín Ipa