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El ¿cierre? de la saga del ogro recupera algo de la ironía y el desparpajo del filme original.
No deja de llamar la atención que el mismo personaje que hace sólo nueve años se limpiaba el traste con una página arrancada de un cuento de hadas y que en su primer filme daba una vuelta de tuerca impensada, precisamente, a los relatos de fantasía, llegue a su cuarto y final capítulo adaptándose a las reglas del juego presente, esto es, en 3D.
Al margen del formato, Shrek para siempre disipa lo que fue Shrek tercero , la más anquilosada de las películas de la serie y que hacía prever que la ironía y el desparpajo original se habían agotado o ahogado en el pantano. La nueva vuelta de tuerca trae al personaje verde hastiado de su vida personal, ser esposo y padre de trillizos, una rutina que parece agobiarle, y quiere volver a aquellos tiempos en los que los aldeanos temían al ogro malhumorado que sabía ser y cuando “podía hacer lo que quisiera y cuándo quisiera”. Ya no tiene tiempo ni de limpiarse la cola.
Allí entra en la historia Rumpelstitskin, un diminuto personaje con el poder de realizar “transacciones mágicas”, y quien iba a apoderarse del reino de Muy Muy Lejano cuando los padres de Fiona, cansados de que nadie rompiera el hechizo que pesaba sobre su hija, estuvieron a punto de cambiar su reino con tal de que la princesa no se transformara en ogra de noche. Pero Shrek le dio el primer beso de amor, y chau arreglo. Así que mientras le pasa la lengua a los platos sucios en la calle, Rumpel escucha cómo el ogro que le birló el poder desea volver a ser ogro. Y Rumpel engaña a Shrek, haciéndole firmar un contrato por el que él le devuelve un día de ogritud plena a cambio de un día de Shrek.
El engaño consiste en que Rumpel elige el día en que nació Shrek, por lo que Fiona nunca fue salvada, sino que se unió a la resistencia contra Rumpel, quien se quedó con el Reino de Muy Muy Lejano. Nadie reconoce a Shrek –ni Burro, ni el Gato con Botas, menos Fiona- y si Shrek y Fiona no se dan el primer beso de amor antes del amanecer, Shrek muere.
Antes de que lo que muera fuese la saga, los productores le insuflaron algo de chispa y agudeza, sarcasmo y mucho slapstick –las caídas, marca que los productos de DreamWorks llevan cosidos indeleblemente, a excepción de Cómo entrenar a tu dragón - y los guiños a la cultura pop, Carpenters incluidos, como quien hace un refresh antes de que la cosa se estanque.
Hay en el libreto un ¿homenaje? a Qué bello es vivir , de Frank Capra (y en el comienzo a Hechizo del tiempo ), con Shrek atrapado en una crisis de los 40 y ansiando recuperar lo que tenía y más amaba, de lo que se da cuenta recién cuando lo pierde. Y algunos gags y líneas de diálogo mueven a la risa franca –los juegos de palabras a veces sufren por la traducción: sólo hay 8 copias subtituladas-.
Si termina aquí, Shrek para siempre es un digno cierre. En los créditos finales hay un repaso de la saga y, por lo menos, ahora se sabe por qué los ogros tienen esas orejas símil trompetita, que algunos llamarán vuvuzela. Nunca falta un oportunista.