¡QUÉ FEO ES VIVIR!
Cuarta entrega de la saga o serie de Shrek y al parecer la última, Shrek para siempre invita a mantener la inercia del primer film y seguir como si nada, pagando la entrada básicamente para perder el tiempo. Los espectadores han sido avisados.
Los films de Shrek empezaron con características muy particulares. Su revisionismo paródico de los cuentos de hadas era su gracia. Por momentos bordeaba un postmodernismo cínico que la volvía una saga ideal para no creer en nada ni en nadie, y colocar al espectador es el espacio seguro de la burla. La falta de fe en las viejas historias universales no es una buena señal. Habría que desconfiar de un film para chicos que se burla de los cuentos de hadas. Chistes demagógicos por doquier y una factura industrial para que el producto luciera bien hicieron el resto. Los defectos fueron volviéndose cada vez más profundos en cada uno de los films al punto tal de que podríamos afirmar que cada película de la serie fue peor que la anterior y que más allá de lo que cada uno piense de la primera, de ahí en adelante han ido en decadencia.
En esta nueva entrega, la historia es una especie de versión fáustica de ¡Qué bello es vivir! y con esa estructura se narra un pacto entre Shrek y Rumpelstinski, quien le ofrece –frente a las frustraciones del ogro con respecto a su vida familiar- una posibilidad de volver a ser él por un día, sin todos los cambios que se produjeron en su vida cuando conoció a Fiona. Pero el pacto encierra un engaño y al final de ese día, Shrek dejará de existir. Bueno, esas son las excusas para movilizar el conflicto y el problema no es el punto de partida. El problema es la inercia, la inercia con la que pasivamente nos invitan a seguir adelante aunque el cine ha dejado la serie hace rato. Eso es lo peor que tiene Shrek para siempre, que no es tanto la película en sí –malísima- sino lo que se produce cuando uno acepta ir a ver estos films. Una inercia que algunos le llaman franquicia y que ha dado –Toy Story, sin ir más lejos- buenas experiencias al reencontrarse una y otra vez los mismos personajes en nuevas y buenas historias. También ha dado, claro, muchas situaciones como las que aquí se comenta. Este film nos convierte a los espectadores en mendigos, esperando migajas de algo que ya no tiene nada valioso para dar. Sí, un chiste acá, tal vez otro por allá, pero el cine no puede ser solo eso. Millones de dólares se han movilizado para apenas dejar la sensación de “no está mal” o “las otras fueron mejores”. No, así no debería funcionar el cine. No es así como nos apasionamos, nos conmovemos y nos enamoramos del cine. Prefiero un film totalmente fallido a esta tibieza perezosa y malintencionada que nos sumerge definitivamente en la mediocridad. Shrek para siempre nos invita, como si de la manzana roja de una malvada reina se tratara, a dormirnos para siempre en ese mismo universo anodino.