Cómo dejar contentos a Dios y al Diablo
De haberse producido hace treinta o cuarenta años, no resulta difícil imaginar que la premisa de Si Dios quiere hubiera sido exactamente la inversa. Cambios sociales mediante, la presunción del Dr. Tommaso –un encumbrado cirujano cardiovascular–, de que su hijo es gay es impugnada por la inesperada, terrible confesión de que el deseo más profundo de su vástago es encerrarse en un monasterio para seguir la carrera eclesiástica. El peor de los mundos para un hombre de ciencia creído de sí mismo y ateo hasta el tuétano. La de Tommaso hubiera sido una criatura ideal para Nanni Moretti; de hecho, en el tono de voz, el rictus facial e incluso la manera de descargar verbalmente las tensiones, el actor Marco Giallini parece haber construido su personaje a la sombra de la usualmente mal temperada y cabrona persona cinematográfica del director de Caro diario.Poco salvaje a pesar de algunos deslices de incorrección política, demasiado naturalista para el desenfado de algunos conceptos de la trama, inevitablemente amable y bienintencionada, Si Dios quiere trabaja la idea del equívoco y la sustitución (o, más bien, la creación) de identidades. El Dottore baja de su pedestal aséptico, ajeno a los dolores ajenos –en particular los de los integrantes de su propia familia–, para adoptar el rol de un desempleado con tendencias suicidas. El plan: acorralar a ese sacerdote carismático y algo heterodoxo que “le lavó el cerebro” a su hijo, a quien supone un tránsfuga con un pasado y un presente más bien oscuros (Alessandro Gassman). En la pintura familiar y social, el realizador debutante Edoardo Maria Falcone logra sacar un puñado de sonrisas en base a algunos gags verbales que dan en el blanco (v.g.: la hermana del futuro clérigo se fatiga al llegar al tercer párrafo de los santos evangelios y se baja de Internet la famosa miniserie de Franco Zeffirelli como “lógico” sucedáneo).La construcción de todos los personajes secundarios y del propio Tomasso no logran ir más allá de la caricatura de dos o tres trazos; a pesar de ello, el film se deja ver hasta el tercer y último acto con cierta simpatía. Pero allí el relato pisa el acelerador del drama y los pequeños logros desbarrancan sin chance de salvación. La posibilidad del diálogo y la tolerancia entre la fe y el escepticismo, la espiritualidad y el materialismo, entre ciencia y religión –temas que la película introduce tempranamente– es resuelta en los últimos minutos con un par de planos que pretenden dejar contentos a Dios y al Diablo (suma crueldad de los guionistas –esos demiurgos– mediante). Esencialmente inofensiva, Si Dios quiere se ubica –precisamente por esa razón– a años luz de los mejores exponentes de la commedia all’italiana, más allá de que el afiche publicitario y la presencia de Gassman Jr. pretenda convencer al espectador de lo contrario.