Por suerte en el primer estreno de origen italiano del año hay algunos argumentos que ayudan a creer en un repunte, al menos desde lo individual, en las ideas y formas de realización de una industria que en su estructura comercial se parece cada vez más a la televisión, y no sólo por cuestiones de financiación, sino también por contenido y ritmo narrativo.
Bastante banal empieza todo en “Si Dios quiere”, como para instalar una molesta señal de alerta en la inteligencia, aunque luego veremos que no todo es lo que parece. Tomasso (Marco Giallini) es un prestigioso cardiólogo, pero con los suficientes aires de diva como para convertirlo en un tipo insoportablemente cínico, misógino y hasta arisco si se quiere. Como esposo de Carla (Laura Morante) tampoco da muestras de tolerancia, y como padre anda atado a los mandatos de macho alfa porque no espera otra cosa de su hijo Andrea (Enrico Oetiker) que una brillante carrera en medicina. A su hija no se la banca, y mucho menos a su yerno. Si. Estamos frente a un personaje bien presentado para quién intuimos le espera una gran lección. “¡Sonamos!”, pensamos desde la butaca. Pero donde reinan los preconceptos siempre hay lugar para un camino lateral. Tomasso pide una reunión familiar para advertir que Andrea quiere hacer un anuncio importante, y que tal anuncio tiene que ver con su inclinación homosexual, pero la sorpresa es mayúscula porque el joven da cuenta del llamado divino y de su deseo de encomendar su vida a Dios en formato de sacerdocio.
El andamio paterno se cae a pedazos y allí es donde comienza verdaderamente esta comedia muy amiga de las concesiones, para poder entregar el humor que se espera. El padre decide investigar al predicador (Alessandro Gassman) que “le metió estas ideas en la cabeza”, provocando toda clase de situaciones insólitas. Está claro que el director Edoardo María Falcone decide hablarle al espectador sobre el desmoronamiento de las estructuras que provocan una dependencia emocional, pese a mantener en forma constante el registro cómico.
En la actuación de Marco Giallini encontramos bastante de la vieja escuela tana de actuación, la que economizando recursos y gestos ampulosos logra una risa natural y de empatía automática con el protagonista. En éste trabajo de composición (un ejemplo de cómo sostener un personaje) y el resto del elenco que acompaña ofreciendo el registro opuesto como contraste (Laura Morante como la esposa o un muy preciso y gracioso Carlo Luca de Ruggieri como un curioso detective de pocas luces) está la clave para apreciar una historia que por básica no deja de tener buenos momentos y algunas pinceladas de la vieja comedia a la italiana.
“Si Dios quiere” probablemente no tenga las características de clásico, pese a haber ganado el David de Donatello a la mejor opera prima el año pasado, pero si para pasar un rato entretenido y reírse de lo ridículo que puede verse cualquier fanático del “deber ser”.