Una experiencia religiosa
La ópera prima del italiano Edoardo Falcone divierte y al mismo tiempo logra incomodar con inteligencia al espectador.
El cine italiano a veces sorprende positivamente cuando se conecta con lo poco rescatable de su tradición. Son escasos los nombres que vale la pena citar a la hora de hablar de comedias italianas importantes. Muy cerca de Nanni Moretti, aunque con un punto de vista menos hipócrita, la ópera prima de Edoardo Falcone, Si Dios quiere, es una comedia burguesa que se ubica en la línea fundada por los padres de la comedia a la italiana: Ugo Tognazzi, Nino Manfredi, Alberto Sordi, Marcello Mastroianni y, fundamentalmente, Vittorio Gassman.
Tommaso (Marco Giallini) es un médico cirujano, cardiólogo, que se siente superior a sus pares, aunque es un hombre comprensible, tranquilo, con la parsimonia y la soberbia de los que saben. Tiene una buena posición social, una mujer hermosa, una hija tan bella como su esposa, un hijo educado y estudioso y un yerno piola. Todo parece tranquilo, hasta que se empiezan a ver las aristas, las amarguras, las disconformidades, los sueños postergados, las frustraciones. Y la situación se torna más tensa cuando la sospecha de que Andrea (Enrico Oetiker) es gay se acrecienta hasta hacerse casi evidente.
Un día Andrea reúne a todos para hacerles una importante confesión. Tomasso y su mujer piensan que llegó la hora de la revelación tan esperada. Pero habrá una sorpresa para todos, lo que el joven quiere decirles es que decidió hacerse cura. Hasta aquí parece una puesta en ridículo de las aflicciones de la clase social a la que pertenecen. Y de algún modo lo es. Pero Falcone hace eso y va más allá: le suma un conservadurismo y una incorrección política que pueden llegar a inquietar a las mentes más progresistas de la sala. Tommaso es un ateo convencido cuyos principios pronto sucumbirán ante el carisma el padre Pietro (Alessandro Gassman), el supuesto responsable de lavarle la cabeza a su hijo para que abandone la carrera de medicina y se dedique al sacerdocio.
A partir de ahí, Tommaso tratará de desenmascarar a Don Pietro, ya que está convencido de que es un farsante. Su pasado de estudiante comprometido con causas socialmente nobles, su profesión de médico y su educación universitaria no le permiten creer en Dios, y menos en la iglesia católica, la institución más oscurantista según sus palabras. Pero sin darse cuenta, empieza una lenta conversión al catolicismo, primero se hace amigo del padre y después empieza a ver las cosas y el mundo de una manera distinta.
La película es buena porque tiene una sutil predisposición para molestar al espectador progre, al que se escandaliza con temas como la homofobia, el machismo, el anacronismo de los profesionales de medio pelo de la clase media adinerada. Y lo hace con un tono de comedia clásica, casi absurda, con una puesta en escena acorde a ese tono, y con un timing envidiable, que entretiene y que permite que se disfrute.
Los personajes secundarios están bien demarcados y aportan la dosis justa de humor. En Si Dios quiere no sólo terminan convencidos los personajes sino también los espectadores. Deja a un lado el cinismo intelectual y su exhibicionismo para dar paso a una conversión sincera.