Jugar al (y con el) cine
Más experimental que nunca, esta película “europea” del prolífico director de Extraño, Rosa Patria, Los labios y La Paz tiene unos cuantos hallazgos notables, más allá de que el resultado final no sea del todo consistente.
Aunque el film “esconde” algunos datos básicos (en qué ciudad francesa transcurre, cómo fue el workshop de tres semanas que sirvió de germen a la película), Si estoy perdido no es grave resulta un experimento con más aciertos que traspiés, un nuevo logro en la siempre audaz y estimulante carrera de Loza.
En principio, la cámara recorre en barco unos hermosos canales mientras una voz femenina expone en francés algunas ideas (disparadores, intenciones) de un film-ensayo que luego se bifurcará, se ramificará en muy diversas propuestas: desde ejercicios en el marco del taller con los actores (que en su mayoría nunca habían tenido contacto con la cámara) hasta improvisaciones callejeras, escenas de ficción y hasta personificaciones de Brigitte Bardot o interpretaciones con mímica de clásicos temas de Sandro.
A partir de esas viñetas, de esas pruebas, de esas irrupciones, van surgiendo situaciones íntimas, cómicas, absurdas, nostálgicas sobre cuestiones como la amistad, el amor, la música o la inmigración. Todo sostenido por la creatividad y el lirismo de Loza y el inestimable aporte de la cámara y la fotografía de su colaborador Eduardo Crespo.
No todos los pasajes son igual de inspirados y, por momentos, las escenas se acumulan y se extienden más de lo necesario, pero aún con sus excesos y desniveles, Si estoy perdido no es grave constituye otro paso adelante en ese camino pletórico de búsquedas que Loza ha emprendido en distintos ámbitos (cine, teatro, TV) desde hace ya bastante tiempo. Bienvenido sea.