No soy de aquí ni de allá
Santiago Loza hace de una experiencia personal en Toulose, Francia, que consistió en un trabajo con actores callejeros, sin experiencia frente a cámara, un film sobre derivas, extrañamiento y la mirada extranjera en un lugar de no pertenencia. Actores que se vuelven personajes para volverse otra vez actores en una historia de vaivenes y pequeñas situaciones, sin un hilo conductor explícito, forman parte de esta experiencia cinematográfica original y en la que se puede extraer universalidad, desde el punto de vista de los sentimientos. Estrena el 24 de septiembre, en el Cine Gaumont, Rivadavia 1635.
La deriva o el devenir son los disparadores de este ensayo cinematográfico, donde documental y ficción se entremezclan y son la excusa ideal para romper fronteras entre un registro y otro, así como la reflexión permanente de las posibilidades y limitaciones del cine, en tanto modo de representación de la realidad.
El inicio en un plano abierto pone de manifiesto que por más extraño que parezca un espacio, una vez que la cámara se enciende y recorta parte de ese horizonte, ese lugar ya no es el mismo y es la cámara la que se adueña del espacio. Pero los personajes que deambulan no son parte de la geografía, son cuerpos en movimiento, rostros en acción y arrastran el peso de la no pertenencia. También, de la incertidumbre y la aventura de explorar tierras ajenas, calles de Francia, alguna que otra plaza y así, de recorrido en recorrido, se entreteje la mínima trama de Si estoy perdido, no es grave (Si je suis perdu, c’est pas grave, 2014).
En ese ir y venir sin dirección aparente, la cámara inquieta pero muy atenta, acompaña cada anécdota donde se involucran parejas, madres con hijas, amigas, extraños que se encuentran, no mucho más. Pero el sentido de todo ese collage se retroalimenta a partir de la puesta en escena de una prueba de cámara con los propios actores, una experiencia donde la mirada de los otros habla de lo que ellos representan o transmiten sin hablar.
Son las voces fuera de campo las que terminan por completar a cada uno y definirles algún rasgo de personalidad que resalte, o aspecto físico llamativo y singular. La mirada espejo entonces despoja al que se lo mira, desnuda y confronta a la vez, como la propia cámara de Santiago Loza en este viaje en búsqueda de personajes a la deriva.