Copia descarada y falta de humor.
Como los malos sueños, las malas películas también pueden volverse recurrentes. Es lo que pasa con Si no despierto, el poco imaginativo cuarto trabajo de Ry Russo-Young, uno más dentro de la lista de aquellos que se inspiran en Hechizo de tiempo, obra maestra de Harold Ramis y una de las comedias más soberbias de la historia del cine. Aunque en este caso la inspiración deviene en copia descarada, no sólo de su idea central sino de la estructura y del arco de transformación que recorre su protagonista. Porque, básicamente, se trata de lo mismo, pero sin ningún humor.
Un personaje, en este caso una adolescente a punto de terminar la secundaria, se encuentra atrapada dentro del mismo día, sin ser capaz de romper ese lapsus de tiempo replicante. La diferencia es que acá no sólo nada tiene gracia, sino que se trata de un drama con pretensiones de lección moral para manipular la culpa de algún nene bien mal aprendido. Porque eso es lo que son Samantha y sus tres amigotas insufribles, pegadas al estereotipo de chicas populares y huecas que repiten ad infinitum cientos de school movies estadounidenses. Es cierto que a esa edad a una gran mayoría de chicos y chicas lo único que le importa es sacarse la calentura y cagarse de risa de todo, incluso de sus pares, pero la superficialidad de estas cuatro es supina. Sin embargo, ahí está el único logro del film, que necesita convencer al público de la completa vacuidad de sus criaturas, para que el vía crucis moral que está a punto de comenzar tenga algún sentido.
Es el día de San Valentín y esa noche se supone que Samantha perderá la virginidad con su novio, un ser tan superficial como ellas pero en el envase de machito winner. Un nabo, bah. Pero Samantha es pretendida además por un chico menos llamativo aunque infinitamente más humano, al que ella desdeña casi tanto como con sus amigas desprecian a Juliet, la freaky del colegio, una especie de Carrie White desempoderada.
Es cierto que Si no despierto no es la única película que se sirve de las ideas de Ramis, pero es la que peor y más alevosamente lo ha hecho. Porque Samantha recorre un camino idéntico al de aquel periodista cáustico encadenado a presentar una y otra vez a la marmota Phil: primero es estupefacción y luego horror lo que siente ante la posibilidad de vivir para siempre el mismo día. Y de ahí al absurdo, a agotar todas las posibilidades (buenas y malas) de vivir siempre lo mismo, para al fin descubrir cuál era la razón de ser de ese limbo. El colmo de los horrores: la voz en off de la protagonista explica todo, revelando cada sentimiento y cada epifanía barata que la protagonista va viviendo a medida que avanza en ese loop, como si su obvia transformación en escena no fuera suficiente. Alcanza con imaginar a Bill Murray explicando Hechizo de tiempo durante la proyección de la película para entender que se trata de una pésima decisión, que le quita al relato de raíz la poca potencia que pudo haber tenido.