“Sibila”: incómodo documental chileno
Sin la menor difusión, el Cosmos-Uba estrena esta semana (y pasará una sola vez por día) un documental fuera de serie, no tanto por lo bien hecho, sino por lo espantoso que cuenta, la sinceridad de sus participantes a uno y otro lado de la cámara, y lo contradictoria que suele ser su recepción en diversos sectores.
Se trata del film chileno «Sibila», de Teresa Arredondo, peruana, sobrina nieta de una mujer que estuvo 15 años presa por apoyo directo a Sendero Luminoso. Esa mujer es, además, la viuda del escritor José María Arguedas, la ex del poeta Jorge Teiller, hija de la escritora Matilde Ladrón de Guevara, y ahijada de Gabriela Mistral. Pero, sobre todo, es la persona de quien la familia menos quiere hablar. Si fuera sobre su participación en los viejos ambientes literarios de Sudamérica, vaya y pase. Pero no sobre la incomodidad y desazón que causó su «compromiso político y social». Y esa condena, ¿era inocente o culpable?
Antes de seguir: su nombre es Sybila Arredondo, con «y». La directora prefirió titular «Sibila», para asociarla con las profetisas de la mitología griega. La directora, hija de un exiliado político chileno, confiesa su admiración e intriga por la firmeza con que Sybila Arredondo proclamaba sus consignas. Ella se llama Teresa Arredondo. Es su sobrina nieta. Pero, durante toda su infancia y juventud, nadie a su alrededor mencionaba a la tía abuela. Recién ahora, con la cámara prendida, logró que la familia le hablara de esa oveja negra. ¿Fue una heroína, o una criminal?
Para responderse, la directora entrevista a parientes y conocidos, rastrea en archivos, investiga la historia reciente, mira la cárcel, muestra en detalle un doloroso retablo de terracota hecho por Edilberto Jiménez, representando los tantos muertos por degüello que dejaba Sendero Luminoso en las aldeas, en suma, registra una amplia variedad de recuerdos y testimonios de propios y ajenos, de derecha y de izquierda. Y al final, con toda esa carga, la sobrina llega hasta un pueblito francés donde doña Sibila, ya anciana, pasa sus días rodeada de cosas bonitas de su tierra. La juzgó un tribunal sin rostro, así se hacía en Perú durante la guerra civil, pero, en todo caso, ¿ella se hace cargo de sus posibles culpas?
«No fueron actos criminales, fueron actos políticos», es una de sus respuestas, la mirada firme, la voz tajante. Muchos espectadores quedan shockeados. Pero otros, cosa singular, aplauden y elogian «el indoblegable espíritu combativo» de la anciana «víctima de un regimen corrupto». Así es la vida, profetisas del odio y tipos obcecados suelen coincidir.