Día de la secuela
De todos los proyectos de secuela no hay ninguno tan inusitado como Sicario 2: Soldado (Sicario: Day of the Soldado, 2018). Lo que es más insólito aún es que la continuación de Sicario (2015) retenga su buena racha como una buena y estilizado película de género a pesar de la ausencia del director original Denis Villeneuve y el peligro inherente a sobreexponer un mundo hecho atractivo por su impenetrabilidad.
La original seguía los pasos de la joven agente del FBI Macer (Emily Blunt), un peón utilizado por una fuerza especial del Departamento de Justicia estadounidense para legalizar sus operativos encubiertos contra un cártel mexicano. Macer ha desaparecido para la secuela: el DOJ ha expandido la definición de “terrorismo” para incluir al narcotráfico, lo cual les da carta blanca para cruzar a México y conducir la guerra contra los cárteles locales como les plazca. No más papeleo.
La trama consiste en un operativo conducido por Matt Graver y el sicario del título Alejandro Gillick (Josh Brolin y Benicio Del Toro, ambos excelentes en papeles menos intrigantes de lo que solían ser) para abducir la hija adolescente de un poderoso narco y sembrar cizaña entre los cárteles. Yendo y viniendo entre fronteras la misión se complica y Alejandro e Isabela (Isabela Moner) son separados del grupo y quedan librados a la merced de una tierra inmisericorde.
Por escrito la trama no se eleva por encima de cierto tipo de cine ya harto explotado sobre la eterna guerra contra el narcotráfico (o su versión cómica-grotesca firmada por Robert Rodríguez). La cinta original poseía méritos tan formales como estéticos: conjugaba intensas escenas de suspense con la aparición sorpresiva y puntual de violencia, cada escena era esculpida con un detallado pragmatismo (qué no decir, qué no mostrar) y se delineaba un mundo tan enigmático e intimidante como los personajes que constituían su maquinaria. Fortalezas que el italiano Stefano Sollima, director de la secuela, importa de manera efectiva.
Taylor Sheridan, escritor de la primera película, firma el guión de la segunda. Si no se supera a sí mismo es porque la trama es dispersa (el miope punto focal de Macer es reemplazado por tres puntos de vista; entre ellos el de un joven aspirante a sicario cuya línea argumental es la de mayor pregnancia y menor relevancia) y pone en peligro la mística de Alejandro, el sicario amoral, al darle un ancla moralizante en forma de una hija sustituta. Su arco por otra parte resulta reiterativo. Que Alejandro todavía se deba venganza por la muerte de su familia merece una explicación (considerando el contundente clímax de la anterior) que la película no ofrece.
Si el final resulta tan abrupto como inconcluso es porque, aparentemente, se proyecta una trilogía. Sicario 2: Soldado no tiene una trama tan ajustada como la anterior y en algunos casos parece haberse arrinconado sin saber muy bien qué dirección tomar, pero como thriller criminal - mezclado con el western más bizarro y descarnado - es exitoso por ley propia.