Sin la dirección de Denis Villeneuve llega Sicario: Día del soldado, la secuela que trae nuevamente al agente de la CIA, Matt Graver -Josh Brolin- y Alejandro Gillick -Benicio del Toro-, quienes unen fuerzas para combatir a los carteles de la droga en la frontera entre México y Estados Unidos, y tratarán de controlar el tráfico de personas.
Realizada por Stefano Sollima -realizador que viene de la televisión con la serie Gomorra-, esta continuación recurre a las tomas cenitales y a las elaboradas escenas de acción desde el comienzo, sumergiendo a los personajes en un espiral de violencia del que parece complicado salir ileso.
El relato aprovecha un tema actual de la era Trump y detona una nueva amenaza fronteriza con múltiples ataques terroristas que dejan una quincena de muertos en un supermercado. El guión de Taylor Sheridan explota la doble faceta de los personajes y en la trama no hay buenos ni malos, todos se confunden en un explosivo cóctel luego del secuestro de Isabela Reyes -Isabela Moner-, la hija de un capo de la mafia a la que, lejos de eliminar, Alejandro decidirá proteger pagando las consecuencias.
Sin estar a la altura de su antecesora, la película entrega nervio, tensión y secuencias explosivas -sobre todo las que tienen lugar en la carretera y el desierto- potenciando el clima de suspenso cuando aparecen los inexpertos jovencitos dispuestos a convertirse en sicarios.
Sin adelantar demasiado y sorteando varios obstáculos, el relato impone su clima oscuro a partir de la doble moral, las traición, las capuchas y la violencia sin límites. El mayor mérito es la presencia de la dupla protagónica y, a pesar de un hecho casi imposible -que aquí no adelantaremos-, se abre la puerta a una tercera parte.