Denis Villenueve, el director de PRISONERS (estrenada en Argentina como LA SOSPECHA), es esa clase de cineasta que tiene la sensación de estar contando siempre algo muy serio, profundo e importante, algo revelador sobre “la condición humana” y que, además, sus películas exploran asuntos políticos y sociales complejísimos. Es probable que una trama como la deSICARIO pueda contener todas esas ambiciones, pero desde el momento que él las asume como tales y las pone al frente, cuando filma con la conciencia de estar dando algún tipo de lección sobre “cómo funcionan las cosas” y “cómo funcionamos las personas”, el poder de que los personajes revelen ese peso por sí solos desaparece. O se atenúa muchísimo. El tema deja de ser orgánico y pasa a ser impuesto por las decisiones de puesta en escena.
Lo que tiene Villenueve, de todos modos, es un gran talento para crear escenas de alto impacto. Acá, trabajando con Roger Deakins en fotografía y con un trío protagónico extraordinario que integran Emily Blunt, Benicio del Toro y, especialmente, Josh Brolin, la película logra ser por momentos atrapante porque el hombre tiene recursos para narrar bien (algo parecido sucedía en LA SOSPECHA, que era tan atrapante como pretenciosamente profunda). La primera media hora del filme promete y mucho, tras dos secuencias intensísimas que incluyen un raíd a una casa de narcos mexicanos en Estados Unidos donde hay decenas de muertos escondidos y, luego, una incursión a Juárez para llevarse en un operativo descomunal a un narcotraficante de allí.
sicarioLa historia, luego, pondrá el eje en las diferencias políticas entre los distintos personajes/bandos que integran la misión de capturar a otro, más importante narcotraficante. Está la CIA, que trabaja fuera de los Estados Unidos y el FBI que trabaja dentro, por lo que se ven forzados a colaborar juntos, si bien la agente federal que interpreta Blunt no está para nada de acuerdo con meterse en otro país y “chupar” a un hombre, más allá que sea un criminal reconocido. Un debate ético que jamás contempla la posibilidad de una legalización, digamos. Y luego está el misterioso Del Toro, cuyos motivos reales iremos conociendo a lo largo del desarrollo del filme. No contento con eso Villeneuve quiere poner en primer plano otros dos ejes: el de la experiencia personal/traumática con la violencia descarnada del narco y una cuestión de género que lleva siempre a la protagonista a estar un poco incómoda en un territorio donde priman los marines y soldados tamaño biblioteca.
Villeneuve es obvio por momentos. Cuando quiere subrayar una escena, pone la cámara muy cerca de un rostro, hace una sutil cámara lenta, deja correr el tiempo de una manera que no es usual en los filmes de acción y/o suspenso. Necesita que sepamos que lo que está contando es mucho más que un thriller para ver en un multiplex –o en video hogareño– un fin de semana. Y a la larga no, no lo es. Hay, sí, una intricadísima trama de secuestros de narcos, pasos fronterizos, trampas para desviar la atención del enemigo, venganzas de larga data, discusiones ético/políticas. Y así… Nadie niega que “the war on drugs” es un tema serio, pero el material del filme se acerca más al thriller de fin de semana, por más que el realizador intente convencernos de lo contrario.
Por otro lado, claro, se podrá discutir la representación de Juárez, de México, de la corrupción de la policía en ese país, de los inmigrantes ilegales y de casi todo lo que parezca latino que circula por el filme. Si bien Villeneuve tiene el cuidado o la astucia de mostrar algunos personajes latinos “inocentes”, eso no lo redime. De hecho, se parece más a esas excusas del tipo “yo no soy antisemita, tengo un amigo judío”… Cualquier espectador caucásico en los Estados Unidos verá SICARIO y no hará más que seguir mirando a todos los que viven al sur del Río Grande –o ya dentro de su país– con cara de pocos amigos…