Sicario

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Fines sospechosos

Denis Villeneuve vuelve al ruedo con Sicario, un intenso thriller moral sobre el narcotráfico mejicano, con cierta tendencia a la divagación.

Había expectativas por un nuevo filme de Denis Villeneuve después del soberbio thriller dramático La sospecha y la exquisita digresión de ciencia-ficción existencial de El hombre duplicado. Sicario viene a comprobar que el director canadiense tiene las ambiciones grandilocuentes de directores como Cristopher Nolan o Alejandro González Iñárritu, pero el proyecto esta vez se le va de las manos.

Kate Macer (Emily Blunt) es una especialista en secuestros que se mete sin querer con un sanguinario cártel de Sonora (México), accidente que le abre la puerta a un grupo estadounidense encubierto que combate el narcotráfico de manera clandestina. Las cabezas combatientes de la entidad son Matt Graver (Josh Brolin) y el colombiano Alejandro (Benicio del Toro), a los que Kate se une sin mucho convencimiento después de ser invitada a la acción.

A través de las muecas de shock e incomprensión de la protagonista se asiste a la sobrecogedora entrada a Ciudad Juárez (presentada por Alejandro como "La bestia"), plena de cuerpos mutilados, caripelas hostiles y helicópteros rasantes, donde Matt y Alejandro emprenden contra unos mejicanos armados un tiroteo confuso que Kate padece con angustia.

La amoralidad de los dos colegas, opuesta a la obsesión procedimental de Kate, se mantendrá a lo largo del filme, aunque la tensión constante entre pares despierta más un tono torpe de comedia involuntaria que una auténtica intriga. En eso colabora la cara risueña de Brolin y el currículum violento de Del Toro, ya un estereotipo de sí mismo. El virtuosismo de Villeneuve a la hora de generar nudos en el estómago es lo único que se mantiene vigente en la película, que en términos generales sucumbe al desvarío y la divagación y, sobre todo, al manierismo: por momentos uno no sabe si está viendo un filme gangsteril de los hermanos Coen; una cruda reflexión moral sobre la política exterior estadounidense al estilo de La noche más oscura; o un coqueteo esteticista sobre la frontera como El abogado del crimen, de Ridley Scott.

Para peor, las vueltas de tuercas de guion que a Villeneuve tanto le gustan (y que en Incendies estaban bien resueltas) desembocan en una pueril historia de venganza donde la conclusión breve y no demasiado novedosa es que ya no existe la ley, sólo la justicia individual.

Puede que el realizador esté buscando nuevos ritmos narrativos después de la proeza sin respiro que es La sospecha, pero acá el experimento fracasa: Sicario es un filme de diseño forzado y deshonesto, sin más moral que la de un mercenario que busca soluciones efectistas.