Brindar por la creatividad...
Por fin se estrena una película argentina que posiblemente recupere su inversión en dos semanas, estando solamente en una sola sala de Capital. Si dura dos semanas…
Sidra fue la ópera prima de Diego Recalde, humorista, actor, guionista, escritor, director, etc.
En realidad no se trata estrictamente de una película, sino de un fotomontaje. O casi, porque hay algunos momentos grabados en cámara digital.
Cuenta la historia de dos parejas de amigos: por un lado, Nicolás y Patricio, dos estudiantes de cine del ENERC, demasiado fanáticos de Tarantino y Pulp Fiction que presentan un guión en un concurso de largometrajes del INCAA. Por otro, tenemos a Diego (el mismo Recalde), otro estudiante que deja en el mismo concurso, el guión de una película porno apta para todo público, y a Jaime, quien sospecha que se ha contagiado de SIDA porque ve en un colectivo a Mariela, una ex amante que pide monedas, diciendo que tiene la enfermedad. La cuestión es que Nicolás, también tuvo relaciones en algún momento con Mariela y tras encontrarse manchas en la espalda, también sospecha que tiene SIDA. Los cuatro muchachos irán tras Mariela para descubrir la verdad.
A puro humor negro, momentos psicodélicos, juegos de montaje, realentados y acelerados, homenajes (o burlas) a Tarantino, Recalde crea una sátira acerca de la paranoia, la sobrevaloración de los artistas y la dificultad de filmar en Argentina (palo al INCAA). Poniendo más la atención en las actuaciones, las muecas de los protagonistas y los diálogos en off, y música que en una puesta en escena rigurosa o artística.
No se trata de un humor con pretensiones intelectuales como los de Cohn/Duprat sino más cercano al estilo Capusotto o Petinatto (de hecho Recalde actuaba y escribía para sus programas). Además, la película cuenta con algunas sobreimpresiones logradas y efectivas para generar humor y empatía.
Algunos críticos compararon el estilo de Recalde con el de La Jetteé de Chris Marker, lo cuál es un verdadero disparate. La obra de 1962 que influenciaría sobre Godard (hay algo de ahí en Alphaville) y posteriormente impulsaría 12 Monos de Terry Gilliam se trata de una película de ciencia ficción, con un cuidada estética, y mensaje político. Dicha obra, aunque utiliza fotomontaje también no fue la única hecha con esta estética. En muchos cineclubes y en casi todas las escuelas de cine, se pueden encontrar cortos o mediometrajes con fotomontaje. De hecho, hace varios años atrás, cuando se estrenó en el MALBA, TL1: Mi Reino por un Platillo Volador, ópera prima de Tetsuo Lumiere, previamente se exhibía el cortometraje Puta, Drogadicta, Torta, Chorra de Mariano Peralta, con la que Sidra no solamente comparte un estilo (aunque se filmó antes) sino también el humor desprejuiciado.
Recalde se burla de la solemnidad con la que se toma el tema del SIDA (sin burlarse de la enfermedad en sí) y atina en meter referencias a los “Keystone Cops” o “Los Tres Chiflados” en escenas dentro del Hospital Muñiz. También recuerda con ironía y cinismo la censura de las películas porno de la calle Lavalle durante la dictadura, así como varias referencias al gobierno alfonsinista.
Un humor básico y efectivo es lo que se destaca del film. Hay momentos que despilfarran ingenio (como el número musical de los estudiantes de cine barbacandado o el intervalo gay, prestar atención a los nombres) y otros que no tanto. Aunque hay muchos chistes internos que un estudiante o egresado de la carrera cinematográfica van a entender mejor (muchas referencias al ENERC), no queda la sensación de marginalidad que existía cuando uno veía UPA, una película argentina o Los Paranoicos, donde algunos chistes SOLAMENTE, los entendían los realizadores y sus compañeros de escuela.
Tanto Luisa Delfino (muy buenas y nostálgicas sus intervenciones) como Gastón Pauls aportan buenos momentos de comicidad, pero es el recordado y querido artista plástico, Federico Klemm, quién le da el broche de oro al film.
Sidra, es un humilde placer culpable. Quizás la entrada, termine saliendo más de lo que costó el film, pero, en realidad no importa. Si la comparamos con el resto de las novedades , no se puede dudar que es la propuesta más original y creativa de la cartelera porteña. Es tan infrecuente poder reírse con honestidad con un producto ingenioso, que el dinero no importa. Además veámoslo como una inversión a futuro, para que haya más propuestas de este estilo que puedan llegar a tener un estreno comercial (aunque sea en el microcine “Espacio Entre Paréntesis” del Complejo Monumental de Lavalle).
Levanto mi copa y brindo con champagne por el estreno de Sidra. Y le dedico esta crítica al genial, Federico Klemm.