La imaginación y la risa al poder Filme hecho casi íntegramente con fotos: sin recursos, con creatividad y humor. Sidra , opera prima de Diego Recalde (que luego dirigió dos filmes más), está plagada de datos llamativos. La película, de 2002, realizada con 700 pesos, fue hecha casi íntegramente con fotografías y voces en off, a modo de una original fotonovela con audio. Con humor sarcástico y festivo: políticamente incorrecto y naif, al mismo tiempo. El tono general es sencillo, creativo, mordaz y muy, muy efectivo. A las solemnidades -antagónicas- del viejo y del nuevo cine argentino, a los mundillos cerrados, cargados de prejuicios y temores a la mirada ajena, Recalde les opone diversión pura, basada en elementos simples y originales, que nacen de su agudeza de observación y de su capacidad para plasmarla en un guión dinámico, por momentos desopilante. En Sidra, cruza una trama de “tensión”, vinculada con una chica que puede o no ser portadora del HIV y un muchacho que teme haberse contagiado, y mucha parodia a los jóvenes estudiantes de cine. Un muchacho, Diego Ogeid (interpretado por el propio Recalde), se presenta a un concurso oficial con una película “porno para toda la familia”; otros dos, fanáticos de Quentin Tarantino, compiten contra él, pero corriendo con el caballo del comisario... Los clichés de los nuevos y viejos teóricos del cine son satirizados con mucha gracia. Una secuencia de antología, musical, filmada en la puerta de la ENERC (la escuela de cine del INCAA) se centra en un tema dedicado a los “barba candado”, estudiantes snobs, crónicos. La música es de Recalde y su Trío Ibánez. Aunque la emprende contra distintos ámbitos y personajes, Sidra elude el cinismo: provoca la simpatía de los que se burlan, primero, de sí mismos. Por momentos, sorprende la variedad de recursos desplegada con ínfimos medios. A los “actores” se les suman algunos famosos, como Luisa Delfino, el ya fallecido Federico Klemm y Gastón Pauls, haciendo de sí mismos o algo parecido. Desde su programa radial, “la Luisa” alienta al muchacho aterrado ante la idea de ser portador del HIV con un bienintencionado y desafortunado: “Tenés que ser positivo”. Sidra juega con el cine dentro del cine y con el cine argentino joven: con corrosiva simpatía. Sus personajes son hipocondríacos, obsesivos, misóginos, petulantes, pero graciosos e identificables. Algunos dirán que lo de Recalde no es cine puro o que ni siquiera es cine. Recalde será el primero en reírse de eso y, como comprobarán los que vean su filme, de todo lo que es y lo que lo rodea.
Diego Recalde se toma el cine en broma y no le va para nada mal Diego Ogeid (Diego Recalde) es un joven que quiere filmar una película pornográfica pero apta para todo público. Su amigo Jaime Petesh (Martín Policastro) es un joven con serias dificultades para relacionarse con las mujeres y para colmo, cuando finalmente lo consigue, está convencido de que se contagió algo. Estos auténticos perdedores son los ejes principales de Sidra , película que hasta ahora logró ser exhibida unas pocas veces en forma transversal, aquí y fuera del país, y que por esas cosas del destino consigue finalmente una sala de estreno (el Multiplex Lavalle), ¡ocho años después de terminada! Parece un chiste filmado, y lo es. Si hay algo que caracteriza a Sidra es que se trata de una película hecha por un grupo de graciosos que no pretende ser otra cosa que una broma. Si a diferencia de lo que ocurre con otras bromas, por ejemplo las provenientes de la industria de Hollwyood, que las hay y son de trazo muy grueso, ésta costó tan solo 700 pesos (hace ocho años), la satisfacción es por partida doble o triple. Y si encima tomamos como mérito haber sido hecha hace todo ese tiempo (cuando sin lugar a dudas todo era todavía un poco menos transgresor), bueno, el cartón se completa todavía más. Diego Recalde se propuso hacer lo que se conoce como una boutade (broma en francés) y lo consigue. La idea de poner en la mira a la misma gente de su entorno, formada en la Escuela Nacional de Cinematografía es de por sí risueña, como también lo fue, bastante después, la farsa cinéfila Upa, una película argentina , algo menos disparatada que ésta, pero igual de fresca y a prueba de mirada sesuda a la hora del juicio crítico. El montaje fotográfico (experimentado desde tiempos inmemoriales, explotado con fines dramáticos en La jetee , de Chris Marker, y repetido recientemente por algunos cineastas independientes), es otro de los tips de esta aventura, a la que no le faltan ni un numerito musical ridículo (a propósito de la Escuela de Cine oficial) ni una seguidilla de delirios todos muy oportunos (uno muy gracioso con el fallecido Federico Klemm). Que quede en claro: sólo es posible aceptar Sidra en los términos de una película filmada con unos pocos billetes pero con muchas ganas de reírse frente a un espejo. Lo curioso de todo esto es que habida cuenta de muchas otras producciones de diversos orígenes, que increíble e injustificadamente tienen salida comercial, ésta incluso puede sobresalir. Dos buenas para poner en Twitter: se dio en varios festivales, como el de cine pobre, en Cuba, y en el de cine del conurbano de Banfield, entre otros. Y ríase la gente.
El cine argentino ya tiene su ovni La película es una rareza por varios motivos: es cine cómico de autor, se permite las mayores libertades narrativas y es el segundo film en la historia narrado casi enteramente con fotos fijas. Y aunque es irregular, le sobran ideas. En los títulos iniciales de Sidra aparece un ovni. Se diría que no tiene nada que ver (en toda la película no hay un solo ovni), si no fuera porque la propia película es un ovni. Por varias razones: porque es artesanal al punto del “hágalo usted mismo”, porque es cine cómico de autor (rubro prácticamente inexistente en el cine argentino), porque se permite las mayores libertades narrativas (lo cual tampoco es frecuente por aquí) y porque, si la memoria no falla, es –junto con la mítica La jetée, de Chris Marker– una de las dos únicas películas en la historia del cine narrada casi enteramente con fotos fijas. Todo esto cual confirma las libertades técnicas y narrativas que su factotum, Diego Recalde, se tomó a la hora de resolverla. Músico y humorista con antecedentes en radio y televisión (ex notero de Caiga quien caiga, ex guionista y columnista de Pettinato, actualmente monologuista de RSM), Recalde actúa, dirige, escribe, produce, edita, compuso la banda de sonido e hizo sonido y edición de Sidra. No parece cuestión de ego desmedido, sino de tirar para adelante con lo que hay. Basta ver la película, filmada en formato DV y exhibida en proyección DVD, para advertir que no se trata de un unipersonal sino de una película de grupo. Y lo es hasta el punto de que, como suele suceder en los ejercicios de escuelas de cine, los nombres del elenco y los de quienes tienen a su cargo los rubros técnicos tienden a coincidir. Presentada en festivales tan poco ortodoxos como el de Cine Pobre de Cuba, el Festival Jajá de Zaragoza y Ojo al Sancocho, de Colombia –pero también en el Bafici y Mar del Plata–, Sidra estimula desde la falta de límites. Desde la sensación –propia de programas cómicos como Todo x 2 $ o los de Capusotto– de que cualquier cosa puede suceder. Lo anterior corre tanto en términos de forma como de contenido. Empezando, claro, por la idea de las fotos fijas, lo cual genera un efecto distanciador que la favorece. Toda la película está teñida de distancia paródica, tanto en las actuaciones como en las citas, alusiones y referencias, tanto al mundo del cine como al de cierta subcultura progre (imperdibles los temas psicobolches que pasan todo el día en un centro cultural de barrio). “Mundo del cine” no debe entenderse aquí tanto como referencia al cine filmado, sino a las escuelas e institutos oficiales. Eso incluye al Incaa y al Enerc, en ambos casos con nombres cambiados pero usando los edificios reales. El personaje que interpreta Recalde presenta un proyecto a un concurso oficial como los que suele auspiciar el Incaa. Tan entusiasta y seguidor como suelen serlo en todo el mundo los cineastas principiantes, el tipo quiere filmar, según dice, “una porno para todo público”. Su principal problema es que deberá competir contra dos émulos de Tarantino, que tienen tanta palanca que andan a los besos y abrazos con el equivalente ficcional de Liliana Mazure. Pero si la película se llama Sidra es porque su otro eje es el sida, que nueve años atrás generaba más paranoia que ahora. Dos personajes creen haberlo contraído por su contacto con una posible portadora. Irregular como toda película cómica hecha a los ponchazos, a Sidra le sobran ideas. Algunas son de orden estrictamente formal, como el desternillante montaje paralelo entre el tipo que se arrastra por el piso, convencido de ser VIH positivo (“tenés que ser positivo”, lo alienta desde la radio Luisa Delfino, haciendo de sí misma) y su amigo, que salta y baila por la calle, convencido de haber conseguido crédito para su película. O la extenuación del plano/contraplano, en varias idas y vueltas de planos fijos. O cierta corrida callejera que no avanza, por culpa de que las fotos son fijas. Otros grandes momentos son los promovidos por el absurdo. Los protagonistas aparecen tirados sobre un colchón, riendo como idiotas, y entre ellos flota, como un humo, la imagen de Bob Marley. Gastón Pauls, que hace otro cameo, se la pasa hablando del día domingo (“la fama da tanto relax, que se tiene la sensación de vivir en un eterno domingo”, aclara un cartel). De pronto, los dos amigos se confiesan su amor, se toman de las manos, se ponen de novios: posible versión gay de Sidra, que después retoma su ruta straight, como si nada.
Brindar por la creatividad... Por fin se estrena una película argentina que posiblemente recupere su inversión en dos semanas, estando solamente en una sola sala de Capital. Si dura dos semanas… Sidra fue la ópera prima de Diego Recalde, humorista, actor, guionista, escritor, director, etc. En realidad no se trata estrictamente de una película, sino de un fotomontaje. O casi, porque hay algunos momentos grabados en cámara digital. Cuenta la historia de dos parejas de amigos: por un lado, Nicolás y Patricio, dos estudiantes de cine del ENERC, demasiado fanáticos de Tarantino y Pulp Fiction que presentan un guión en un concurso de largometrajes del INCAA. Por otro, tenemos a Diego (el mismo Recalde), otro estudiante que deja en el mismo concurso, el guión de una película porno apta para todo público, y a Jaime, quien sospecha que se ha contagiado de SIDA porque ve en un colectivo a Mariela, una ex amante que pide monedas, diciendo que tiene la enfermedad. La cuestión es que Nicolás, también tuvo relaciones en algún momento con Mariela y tras encontrarse manchas en la espalda, también sospecha que tiene SIDA. Los cuatro muchachos irán tras Mariela para descubrir la verdad. A puro humor negro, momentos psicodélicos, juegos de montaje, realentados y acelerados, homenajes (o burlas) a Tarantino, Recalde crea una sátira acerca de la paranoia, la sobrevaloración de los artistas y la dificultad de filmar en Argentina (palo al INCAA). Poniendo más la atención en las actuaciones, las muecas de los protagonistas y los diálogos en off, y música que en una puesta en escena rigurosa o artística. No se trata de un humor con pretensiones intelectuales como los de Cohn/Duprat sino más cercano al estilo Capusotto o Petinatto (de hecho Recalde actuaba y escribía para sus programas). Además, la película cuenta con algunas sobreimpresiones logradas y efectivas para generar humor y empatía. Algunos críticos compararon el estilo de Recalde con el de La Jetteé de Chris Marker, lo cuál es un verdadero disparate. La obra de 1962 que influenciaría sobre Godard (hay algo de ahí en Alphaville) y posteriormente impulsaría 12 Monos de Terry Gilliam se trata de una película de ciencia ficción, con un cuidada estética, y mensaje político. Dicha obra, aunque utiliza fotomontaje también no fue la única hecha con esta estética. En muchos cineclubes y en casi todas las escuelas de cine, se pueden encontrar cortos o mediometrajes con fotomontaje. De hecho, hace varios años atrás, cuando se estrenó en el MALBA, TL1: Mi Reino por un Platillo Volador, ópera prima de Tetsuo Lumiere, previamente se exhibía el cortometraje Puta, Drogadicta, Torta, Chorra de Mariano Peralta, con la que Sidra no solamente comparte un estilo (aunque se filmó antes) sino también el humor desprejuiciado. Recalde se burla de la solemnidad con la que se toma el tema del SIDA (sin burlarse de la enfermedad en sí) y atina en meter referencias a los “Keystone Cops” o “Los Tres Chiflados” en escenas dentro del Hospital Muñiz. También recuerda con ironía y cinismo la censura de las películas porno de la calle Lavalle durante la dictadura, así como varias referencias al gobierno alfonsinista. Un humor básico y efectivo es lo que se destaca del film. Hay momentos que despilfarran ingenio (como el número musical de los estudiantes de cine barbacandado o el intervalo gay, prestar atención a los nombres) y otros que no tanto. Aunque hay muchos chistes internos que un estudiante o egresado de la carrera cinematográfica van a entender mejor (muchas referencias al ENERC), no queda la sensación de marginalidad que existía cuando uno veía UPA, una película argentina o Los Paranoicos, donde algunos chistes SOLAMENTE, los entendían los realizadores y sus compañeros de escuela. Tanto Luisa Delfino (muy buenas y nostálgicas sus intervenciones) como Gastón Pauls aportan buenos momentos de comicidad, pero es el recordado y querido artista plástico, Federico Klemm, quién le da el broche de oro al film. Sidra, es un humilde placer culpable. Quizás la entrada, termine saliendo más de lo que costó el film, pero, en realidad no importa. Si la comparamos con el resto de las novedades , no se puede dudar que es la propuesta más original y creativa de la cartelera porteña. Es tan infrecuente poder reírse con honestidad con un producto ingenioso, que el dinero no importa. Además veámoslo como una inversión a futuro, para que haya más propuestas de este estilo que puedan llegar a tener un estreno comercial (aunque sea en el microcine “Espacio Entre Paréntesis” del Complejo Monumental de Lavalle). Levanto mi copa y brindo con champagne por el estreno de Sidra. Y le dedico esta crítica al genial, Federico Klemm.
El sabor de las manzanas Cuando parecía que la estética cinematográfica había agotado sus formas y que en narrativa ya estaba todo dicho llega al cine Sidra (2002), ópera prima de Diego Recalde que si bien sigue ciertos lineamientos ya visto en La Jetée (Chris Marker, 1962) provoca un quiebre dentro del cine argentino, riéndose de sí mismo para narrar una historia tarantinesca. Jaime viaja en colectivo cuando aparece una mujer pidiendo dinero que aduce ser portadora del virus del HIV, Mariela, la mujer en cuestión, tuvo sexo con él. Por otro lado Diego, amigo de Jaime presenta un guión a un concurso del Instituto de Cine para filmar la primera película pornográfica apta para todo público. Nicolás y Patricio también presentan un proyecto al mismo concurso y casualmente uno de ellos también tuvo sexo casual con la misma mujer. Historias de cine, sexo y personajes urbanos se entrecruzarán en una película coral en donde las imágenes no tendrán movimiento. Entre casualidades y causalidades se irá tejiendo una de las tramas más disparatadas y a la vez más realistas que nos ha brindado el cine en mucho tiempo, recurriendo a la utilización de un humor corrosivo para ejercer la crítica al sistema cinematográfico y su vez reírse de los propios miedos humanos. Recalde nos ofrece una película erigida a partir de fotografías y sólo algunas imágenes en movimiento. Desde esta construcción se pone en crisis la teoría de que el cine es arte en movimiento, ya que producto de de un montaje ágil y de la utilización de diálogos como si los personajes tuvieran movimiento se logra una sensación totalmente contraria a la de quietud y es ahí en donde se produce el quiebre estético y narrativo. Otro de los logros de esta producción que se filmó con sólo $700, es llevar a la comedia una situación dramática, sin caer en el grotesco. Resulta casi imposible pensar en una expresión artística que se ría del HIV con el desparpajo y la acidez con la que lo hace Sidra, quitándole solemnidad a la enfermedad para tratarla con la misma naturalidad que a un simple resfrío. La utilización del humor negro, los guiños al cine y los constantes homenajes (Tarantino, Almodóvar, Wim Wenders) hablan de las influencias o gustos de Recalde, un director que trabaja cada plano, cada escena, cada secuencia de manera casi artesanal pero con una visión del cine que no muchos directores de hoy poseen. El montaje en paralelo de dos escenas con músicas diferentes es un recurso muy pocas veces explotado en la actualidad. Sidra es una obra única que habla de todo lo que no es políticamente correcto y que se ríe de sí misma. En cierto punto se la podría comparar con UPA! Una película argentina (Santiago Giralt, Camila Toker, Hildegunn Waerness y Tamae Garateguy, 2008) por la irreverencia y el desparpajo pata tratar el dramatismo, pero sólo por eso. Sidra es tan personal y única como el sabor de las manzanas utilizadas para su fermentación, logrando un sabor diferente.