Las películas con perro ya son parte de lo más rutinario del cine americano. Pocas veces los films que narran el vínculo humano-perro pueden llegar a sorprender. La última que sorprendió fue Una pareja de tres, con Owen Wilson y Jennifer Aniston, una película que se centraba en la integración de un perro revoltoso a una familia incipiente. La relación entre los miembros de la familia y el can en cuestión era una excusa para hablar, con una sorprendente sencillez, de los dilemas cotidianos en torno a la constitución familiar, mostrando el vínculo que la familia sostiene con el perro Marley a lo largo de los años.
Ahora aparece Hachiko: A dog's story, esta pequeña película con perro que, a diferencia de la mencionada, no sorprende en absoluto. Primero cabe preguntarse cuál es la razón de esta producción, que traslada una historia real japonesa de principios de siglo XX a Estados Unidos en la actualidad. La única razón de ese traslado parece ser la esencia del relato, la historia de fidelidad de un perro que durante diez años espera sin suerte en la estación de trenes a que su amo regrese, como era su costumbre diaria. La diferencia es que, al poner en escena el relato en otro escenario sin olvidarse de la historia original, se suman un cúmulo de licencias, o excusas, narrativas que terminan atentando contra la coherencia del drama.
La clave de esta película es su simpleza, un elemento que puede considerarse su mayor virtud o su peor defecto, y estaríamos en lo cierto si afirmáramos una cosa o la otra. La película es tan simple que se detiene exclusivamente en el vínculo entre el protagonista y el perro que este encuentra en la estación y adopta de inmediato. No importa nada más que ese vínculo, y su austeridad narrativa le sienta muy bien. De hecho, si no estuviera protagonizada por Richard Gere y dirigida por el experto en películas lacrimógenas Lasse Hallström, estaríamos ante una película prácticamente mínima, y no estaría nada mal. Tal vez hubiera sido más noble, o más coherente que, en línea con esa simpleza argumental, no hubiese apelado a estrellas en el elenco, y se hubiese asumido como un drama minúsculo, sin pretensiones comerciales. Aún así, Gere no está mal en su papel, y cumple apoyándose en la ternura que despierta el relato. Pero esta simpleza también actúa en contra. El reduccionismo argumental hace que importe muy poco la personalidad de Parker (Gere), o su vínculo con su mujer o con su hija. La película se apoya tanto en el vínculo hombre-perro que lo demás queda a un lado, y si bien esto hace que no queden subtramas en el tintero cuando se da el vuelco en la trama, a la hora de película, lo que logra con eso es que no lleguemos a terminar de introducirnos en la vida de estos personajes, y salvo la desesperada fidelidad del perro, el resto se vea completamente superfluo.
Lasse Hallström se despacha con otra película “para llorar”, y sabemos que hacer llorar al espectador no es ningún mérito en sí mismo. Se puede hacer llorar de muchas maneras, y, en este caso, la nobleza y ternura de buena parte de la historia se hunde en un golpe bajo que se extiende durante media hora, cuando la película ya asume la tristeza de los acontecimientos que le tocan contar. En ese sentido, la austeridad de la propuesta evita que la película se regodee en el golpe bajo más de lo permitido, aunque esa misma austeridad sea la que condena a la insignificancia a esta película, que parte de una inútil adaptación de una historia real ocurrida en el otro lado del mundo, muchísimos años atrás, sin poder hacer nada interesante con ella, y cuyo único mérito es no pretender absolutamente nada, sólo contar una pequeñísima y conmovedora historia de amor.