Alice y su dolorosa lucha contra pérdidas y olvidos.
“El arte de perder no es tan difícil de dominar”, dice Alice al hablar en público de su enfermedad, un Alzheimer prematuro que la va dejando sin nada. Cita a la poeta Elizabeth Bishop y explica “que muchas cosas nos empiezan a faltar, pero no es un desastre. Hay que aprender a perder cosas cada día”. Y la frase va más allá del Alzheimer y suena a enseñanza de vida.
Alice Howland, una mujer felizmente casada y con tres hijos, es una reconocida profesora de lingüística que comienza a olvidar palabras. ¿Qué le pasa? El devastador diagnóstico la obligará a emprender una desgarradora y conmovedora lucha para mantenerse conectada con la persona que alguna vez fue y que de a poco la va abandonando.
A partir de ahí, Alice entablará una dolorosa lucha contra el olvido. Advierte que lentamente irá perdiendo todo lo que fue acumulando en su vida. Y que el imparable deterioro se va quedando con todos sus recuerdos. “¿Quién nos tomara en serio cuando dejemos de ser lo que fuimos?”, se pregunta. Lucida y resignada, va tanteando los caminos que tiene por delante. Repasa fotos familiares, se ha grabado en la PC y se escucha a sí misma cuando necesita ubicarse. “No sufro –le cuenta sus oyentes- , lucho por seguir conectada a la vida”. Su hija al final dirá algo que a todos nos llega: “Nada está perdido para siempre. La vida es un progreso doloroso que anhela lo que va dejando atrás y sueña por adelantado”.
Es un film serio, previsible, respetable, convencional, que no profundiza, pero tampoco es lastimoso ni lacrimógeno. Tiene como excluyente protagonista a esa Alice que se va apagando. El film no se aparta de ella, incluso desdibuja a todos los demás. Julianne Moore está estupenda. Sin exagerar, sin falso histrionismo, compone con mucha humanidad a una mujer que pasa de la sorpresa al dolor, de la bronca a la vergüenza, del desamparo al olvido. Sus largos planos silenciosos expresan el tamaño de su vacío. Ella, en sus fugaces raptos de lucidez, aprenderá que la vida es una constante pérdida que, de a ratos, ofrece el pálido consuelo de permitirle recuperar lo que tanto se tuvo y ya no vuelve.
Los realizadores Richard Glatzer y Wash Westmoreland vuelven sobre estos temas. Y lo hacen adoptando el trazo de un melodrama algo didáctico que reseña enfermedades poco conocidas y busca echar luz sobre el alma de sus enfermos. No siempre lo logran. Curiosamente, el martes, dos días antes de este estreno, uno de ellos, Richard Glatzer, murió como consecuencia de una esclerosis lateral amiotrópica, un enfermedad que desde hace mucho lo aquejaba y que sin duda le viene a añadir otro sentido a esas palabras que Kristen Stewart al final le dice a Alice (y también a él) : “La vida es un progreso doloroso que anhela lo que va dejando atrás”.