Un viaje hacia el olvido
La historia de una mujer enferma de Alzheimer emociona sin estridencias.
Si uno pusiera el piloto automático, o si mantuviera con mayor o menor esfuerzo la distancia emocional y se ocupara de impedir que se derriben los prejuicios y preconceptos, probablemente menospreciaría Siempre Alice como la típica película de enfermedad cuya única virtud es el trabajo de Julianne Moore, que ganó el Oscar, claro, obvio, gracias a un papel que mueve a las lágrimas.
Pero sería injusto, porque si bien Siempre Alice no viene a revolucionar el lenguaje cinematográfico (¿cuántas películas lo hacen?) cuenta una historia con sensibilidad, inteligencia y un pulso narrativo firme, que maneja las elipsis con habilidad, y que sí, está protagonizada por una magistral Julianne Moore pero no sólo eso: la acompaña un grupo muy sólido de actores secundarios entre los que se destacan Alec Baldwin (su marido, firme y seguro pero vulnerable hacia el final) y una excepcional Kristen Stewart (su hija rebelde, aspirante a actriz).
La película está basada en el best-seller de Lisa Genova –autopublicado por la escritora y que gracias a su fenomenal éxito fue adquirido por Simon & Schuster– y cuenta la historia de Alice Howland, una prestigiosa profesora de lingüística en la Universidad de Columbia, felizmente casada y con tres hijos adultos, que a poco de cumplir 50 años es diagnosticada con Alzheimer precoz.
La progresión de la película, muy precisa en los momentos que elige contar y en sus saltos temporales, va mostrando el deterioro de Alice, desde que lucha con la ayuda de su inteligencia y de la tecnología contra los olvidos leves y parciales del principio, hasta que finalmente ya casi no reconoce a sus hijos ni puede hablar.
Aunque sea algo extracinematográfico, es imposible no mencionar que la película fue dirigida por la dupla Richard Glatzer y Wash Westmoreland, matrimonio en la vida real, que la dirigieron mientras Glatzer sufría de otra enfermedad degenerativa (esclerosis lateral amiotrófica en su caso). Glatzer fue hospitalizado dos días antes de la entrega de los Oscar y vio la ceremonia junto a su marido en el hospital. Murió el martes a los 63 años.
Es extracinematográfico, sí, pero algo de esa historia se debe haber colado en la realización de la película, porque mucho de lo que se cuenta tiene que ver no sólo con el deterioro de Alice sino con la reacción de su familia, sobre todo la reacción a una enfermedad que tiene tanto que ver con las relaciones. “Ojalá tuviera cáncer”, dice en un momento Alice. “No sería tan vergonzoso. Cuando tenés cáncer la gente usa moños rosas por vos, organizan caminatas, juntan dinero…”
No hay demasiados momentos como ese –de confesiones fuertes, de melodrama–, sólo los justos y necesarios. Siempre Alice se mantiene en un tono hasta cierto punto neutro, sin demasiado llanto –aunque alguno hay, por supuesto, y está bien que lo haya– ni gritos ni conflictos más allá que el principal. La familia de Alice es adorable, sana, pero no es inhumanamente perfecta, tiene los defectos y conflictos de toda familia.
Muchas veces es más fácil reconocer una película mala que una película buena. Siempre Alice no tiene virtudes muy estridentes –más allá del trabajo de Moore, “aclamado universalmente”, como se dice– pero toma de las narices al espectador y lo lleva de viaje. Un viaje triste pero también, en un punto, reconfortante. ¿Cuántas películas lo hacen?