Cuando el cerebro se apaga
Julianne Moore interpreta a una lingüista que a los 50 empieza a sufrir un tipo de Alzheimer que, de a poco, la hará perder sus recuerdos. Por este film la actriz ganó el Oscar.
Un pequeño olvido, la mente en blanco por unos segundos, la palabra que no viene a la memoria en el momento indicado, son algunas de las alertas que se van enhebrando en la percepción de Alice Howland, una experta en lingüística de 50 años, que rápidamente toma nota de los síntomas y decide hacerse una serie de estudios, que determinan que padece un tipo de Alzheimer temprano y de carácter exponencial.
Hay dos cuestiones que determinan en interés de Siempre Alice, en principio la dificultad que implica para el cine abordar historias que tienen como centro del relato a enfermedades terminales o degenerativas, teniendo en cuenta que aun en las mejores intenciones, este tipo de obras muchas veces se convierten en lacrimógenos repasos por el deterioro y, en paralelo, se recurre al conmovedor camino de la superación personal. El otro factor determinante en la puesta es Julianne Moore, una de las mejores actrices de su generación –su ductilidad abarca títulos tan disímiles como Vidas cruzadas, Juegos de placer, El gran Lebowski o Magnolia–, al parecer, dueña de un gigante abanico de posibilidades interpretativas que se arriesga con un territorio frágil que en cualquier momento podría significa caer en la trampa de la sobreactuación.
Los directores Richard Glatzer y Wash Westmoreland abordan estos dos elementos de la puesta convencidos que uno (la enfermedad en la pantalla) deberá tener un tratamiento cuidadoso que esquive los golpes bajos, en tanto el otro (el factor Moore), la capacidad de la actriz para demostrar el desamparo, el desdibujamiento de su ser, será la principal arma para contrarrestar el primero.
Pero la película no se plantea como un largo rodeo para abordar el nudo central del relato. Apenas transcurridos unos minutos donde se da un pantallazo a la feliz vida de Alice, como profesional distinguida y reconocida en su campo, un marido amoroso (buen trabajo de Alec Baldwin) y tres hijas en donde se destaca la relación tensa con Lydia (Kristen Stewart cada vez más precisa), y desde allí el diagnóstico, los extravíos, la cuestión del tiempo vivido y el que resta, que se va desdibujando a medida que la cruel enfermedad avanza y va borrando recuerdos, rostros, saberes y la tremenda confirmación que el cerebro se va apagando.
Por esta interpretación Julianne Moore ganó con justicia el Oscar a la mejor actriz, pero más allá de su formidable tour de force, la película cumple con las exigencias que se autoimpone con inteligencia y la sensibilidad justa.