Perder poco a poco el significado de uno mismo debe ser el peor de los males que una persona puede sufrir y es precisamente ése el foco de atención de Still Alice. La devastadora historia de una prolífica profesora de Lingüística que ve su vida desvanecerse cuando es atacada por una temprana forma de Alzheimer es el recipiente por el cual finalmente Julianne Moore fue premiada con una estatuilla de oro en los pasados premios Oscar, y cada segundo de su actuación bien lo merecía. El film de Richard Glatzer y Wash Westmoreland no le escapa a los recovecos cotidianos del drama de telefilm, pero la energía de Moore y la emoción engarzada en el metraje son motivo suficiente para darle una oportunidad.
El miedo al Alzheimer que destila Still Alice es profundo, tanto que en un diálogo la protagonista elegiría tener cáncer antes que ir perdiendo la memoria poco a poco. El cáncer destruye cada célula del organismo, pero al menos uno permanece dentro de esa cáscara humana que se va fragmentando lentamente. El Alzheimer te convierte en otra persona, una envase vacío y eso es algo que Alice no puede ni quiere permitirse. Y no hay nadie mejor que Moore para dejar en claro que no hay grandes escenas de griterío á lá Meryl Streep, sino momentos sinceros y sentidos, sugerentes, mínimos, que van siguiendo la evaporación de la protagonista. Alice juega al Scrabble en su celular, intenta recordar tríadas de palabras mientras hace quehaceres domésticos y graba videos para su yo futura, cuando la enfermedad la haya devastado lo suficiente para no poder responder una secuencia de preguntas claves de su identidad. Los pequeños momentos son los que hacen destacar al film y más si están anclados por el dramatismo insuflado por Julianne. Rodeada por un interesante elenco secundario, la actriz está acompañada por eficaces trabajos de parte de Alec Baldwin como su preocupado esposo, quien se esconde en su trabajo para no lidiar con el problema familiar, y una inesperadamente agradable Kristen Stewart en el papel de la rebelde hija menor del matrimonio, quien poco a poco va cobrando noción de la situación de su familia. Stewart sigue confirmando que en pequeños papeles, y con un buen guión y dirección de por medio, puede respirar y entregar una actuación sentida.
Quizás en un primer momento no parezca que la actuación protagónica femenina destaque mucho, pero con el transcurrir del tiempo, cada pequeño gesto de Moore cobra importancia, y transitar el dolor de Alice junto a su familia se puede hacer insoportable. El guión de Glatzer y Westmoreland, basado en el libro de Lisa Genova, recurre a lugares comunes del género, pero con el suficiente tacto y delicadeza que se merece la temática. La vida real de los cineastas no podría ser más adecuada para el proyecto, ya que Glatzer padece de Esclerosis Lateral Amiotrófica, enfermedad tan tristemente célebre el año pasado y éste también, con el Oscar a Mejor Actor otorgado a Eddie Redmayne por su participación como Stephen Hawking en The Theory of Everything.
Still Alice es un trago amargo, que de vez en cuando vira hacia territorio lacrimógeno, pero vale la pena darle una chance por la conmovedora interpretación de Julianne Moore. Tengan a mano los Kleenex, los van a necesitar.