La nueva película de Martin McDonagh, apela a un elenco estelar para dar vida a una historia en la cual la realidad se confunde con la ficción.
Cuando en una ficción puede pasar cualquier cosa significa que lo que realmente pasa importa muy poco. La cantidad de posibilidades es proporcional a la reducción de expectativas.
Ya en el título, Siete psicópatas, hay algo excesivo, como una promesa de asesinos seriales, locuras sangrientas y numerología de pecados capitales. ¿Siete no es mucho? ¿Cómo entrarán todos en una sola trama?
Si bien no faltan esos ingredientes en la película de Martin McDonagh (Escondidos en Brujas), enseguida queda claro que el título alude al guión cinematográfico que está escribiendo Marty, (Colin Farrell), un guionista borracho, cuyo mejor amigo, Billy (Sam Rockwell) es un actor fracasado y ladrón de perros.
Como una advertencia a los espectadoras, las películas que tratan sobre el arte de hacer películas deberían llevar en sus afiches una inscripción bien visible que dijera: "¡cuidado, contiene escenas de metaficción!
Siete psicópatas se coloca así última en la fila de la tendencia decontruccionista que ya había parodiado Woody Allen hace 15 años en Los secretos de Harry (que no por nada en inglés se titulaba Deconstructing Harry). El ladrón de orquídeas, Ruby, la chica de mis sueños o Más extraños que la ficción son ejemplares mejor logrados de esta tendencia.
La metaficción no es el problema, claro, si se la entiende como un género o como un género de géneros, para decirlo con una paradoja de la teoría de conjuntos. El problema es la mala metaficción. La metaficción que eleva al cuadrado las mismas calamidades que cualquier película mediocre menos pretenciosa desde un punto de vista formal.
El adjetivo "malo" -tan útil para aconsejar "no vayas a ver esa película, es mala"- ha recibido un justo certificado de proscripición en la crítica. Pero en el caso de Siete psicópatas se impone como un acto de higiene mental: es mala, ¿ok?, usted tiene toda la libertad de comprobarlo con sus propios ojos.
La línea central del argumento es una historia de secuestros, asesinatos y venganzas que desarrolla en la "realidad" lo que el guión de Marty debería narrar en términos ficticios. Hay una especie de retroalimentación constante entre la vida y la ficción, que genera algunos equívocos para nada inquietantes y menos aún graciosos.
Como toda propuesta fallida, Siete psicópatas tendrá la segunda oportunidad de convertirse con las años en la peor película en la que actuaron los increíbles Sam Rockwell y Christopher Walken.