Los 7 locos
En el 2008, Martin McDonagh saltó con la pequeña película que sorprende cada año con Escondidos en Brujas. Enseguida tuvo el beneplácito de críticos y de muchos que disfrutaron de la historia de unos gangsters y sus enredos que rozaban el patetismo, y que podían emparentarse al menos en intención con los de Tarantino y Guy Ritchie.
Ahora McDonagh vuelve a probar con la misma fórmula (con Colin Farrell como protagonista incluido) pero la acción se traslada de una ciudad medieval ideal para esconderse a Hollywood, una ciudad de menos de cien años donde todos quieren mostrarse. Y pareciera que la mudanza al epicentro de la industria cinematográfica occidental fuera una mera excusa para la intención del escritor y director de hacer una de "cine dentro del cine". Si ya van dos veces que hablo de "la intención" en sólo dos párrafos, es porque el film de McDonagh está lleno de (buenas) intenciones como así está lleno de "buenos muchachos", pero de ahí a que éstas lleguen a buen término hay un trecho más largo que las casi dos horas de su duración.
Así como en Escondidos en Brujas el desfile de personajes y situaciones lograban un recorrido que actuaba en favor del film, en Sie7e Psicópatas sólo contribuye a la dispersión. Ahí lo tenemos a Marty (Colin Farrell con carita de preocupado, pero sin tomarse en serio, lo cual es una mejora desde su Alejandro Magno con cara de preocupado y tomándose en serio) un escritor alcohólico que intenta empezar su guión -sobre, justamente, siete psicópatas- y queda enredado en un enfrentamiento con Costello (Woody Harrelson que por supuesto sería un psicópata excelente, sólo que no acá), un jefe mafioso dispuesto a matar y morir por recuperar a su perro, secuestrado por Billy (Sam Rockwell, otra vez como loco simpático, que le sale muy bien) el actor/secuestrador de perros amigo de Marty, y Hans (Christopher Walken, otro de ojos saltones celestes que es candidato directo a hacer de psicópata, y que como el veterano del elenco logra una complejidad y empatía en su personaje que muchos otros carecen).
A ellos se les agregan los psicópatas ficticios sobre los que escribe Marty y los reales con los que se topan, que pueden o no ser a su vez los mismos. El film entra a su dimensión de cine dentro del cine al contar estas historias, como la de Zach, el asesino serial justiciero, interpretado por un Tom Waits al cual los años arrollaron. McDonagh pareciera confundirse dinamismo con dispersión y aunque a veces las inserciones resultan en algunos de los mejores momentos, como la puesta en escena de un "tiroteo final" en un cementerio, narrado por el personaje de Sam Rockwell, también crea un efecto de mero listado de personajes excéntricos cuyas particularidades en sí no justifican su existencia, como si con eso bastara para la creación del universo que quiere construir el director.
Al mismo tiempo, el concepto de "cine dentro de cine" que se establece junto al paralelo entre el guión de Marty y la película en sí, sirve para constantes meta-referencias que McDonagh debe considerar un recurso simpático para evitar la responsabilidad de sus propias falencias. Como cuando Hans le critica a Marty la ínfima participación y pobre construcción de los personajes femeninos. Lástima que ninguno critique que el que se supone el psicópata máximo (Harrelson) termine siendo el más sensato de todos. Podemos una vez más especular que ésa haya sido la intención de McDonagh, pero de nada sirve porque su ejecución, una vez más, falla.
Puede que la máxima referencia autoconsciente del film sea cuando el personaje de Marty expresa su deseo de una película de gangsters cuya parte de acción a tiros se dé sólo en la primer hora, y que el resto sea sobre hombres hablando y tratando de solucionar sus problemas de forma no violenta. Después de una primer hora de entrecruces de historias y alguna que otra muerte innecesaria, Sie7e Psicópatas encuentra su páramo en un desierto, con Marty, Hans y Billy simplemente hablando, esperando su enfrentamiento final.