Locura melancólica
Martin McDonagh, realizador de Sie7e psicópatas, antes dirigió Escondidos en Brujas, comedia negra protagonizada por Colin Farrell, Brendan Gleeson y Ralph Fiennes, en la que el humor funcionaba como disfraz de la tristeza de un conjunto de personajes tratando de encontrarse a sí mismos en una ciudad de cuento de hadas, sin lograrlo del todo. El film jugaba al caos en la narración, con un rumbo no del todo definido durante buena parte del metraje, hasta que no le quedaba otra que tomar una decisión. Cuando finalmente lo hacía, el relato decantaba en un tono bien oscuro y sangriento, que en un punto era coherente con la historia previa de los protagonistas, pero que a la vez no dejaba de ser excesivo.
Con Sie7e psicópatas, McDonagh repite tonos y configuración de los personajes, pero con una escala y estructura bastante más ambiciosa. A la vez, redunda en defectos y virtudes, lo cual no le quita interés, en especial porque el cineasta es capaz de aportar una visión que no es original sobre Hollywood, pero que combina acertadamente el sarcasmo con el cariño. Hay algo de Quentin Tarantino, otro poco de Guy Ritchie, un toque de la mirada sobre el espectáculo de George Clooney, bastante del cine independiente norteamericano más ácido, sin que eso le quite a McDonagh personalidad y vuelo propio.
El relato se centra en Marty (otra vez Farrell, con esa cara de eterno sorprendido que en la vertiente cómica le funciona bastante), un guionista con crisis creativa al que le cuesta avanzar un montón con una historia titulada, obviamente, Siete psicópatas. Tan trabado está, que ni siquiera se le ocurren los siete psicópatas del título. Casi de la nada, queda metido en el medio de un lío de proporciones, cuando unos amigos (Sam Rockwell y Christopher Walken), quienes se dedican al secuestro de perros, apareciendo y cobrando luego las recompensas ofrecidas por sus dueños que los creen perdidos, secuestran al perro equivocado: un shih tzu perteneciente a un jefe mafioso (Woody Harrelson) que no puede vivir sin su mascota y está dispuesto a matar a quien sea para recuperarlo. Este embrollo le permitirá a Marty, paradójicamente, ir hilvanando ideas para su guión.
McDonagh va construyendo un clima muy lúdico y reflexivo sobre las voces narrativas, el armado de cuentos, las deconstrucciones y deformidades de las narraciones, el papel que juegan el guionista, las nociones de realidad y verosimilitud en la industria cinematográfica estadounidense. Al mismo tiempo, va escalando los niveles de enajenación pero como instrumento, nuevamente, para traficar una persistente tristeza, derivada de la sensación de pérdida y carencia de rumbo en los protagonistas. Un ejemplo muy fuerte es el personaje de Rockwell, quien pasa de la arbitrariedad en sus acciones y discursos (la hilarante secuencia en que inventa sobre la marcha un final para la película de Marty está entre lo mejor del año) a la fuerte conciencia de que está por fuera de todo, descolocado respecto al mundo en que pretende desenvolverse.
Sie7e psicópatas es como una montaña rusa discursiva y audiovisual, con algunos momentos memorables y otros donde no hay más idea que el caos absoluto, e incluso cierta pereza creativa, como si McDonagh, contagiado por los personajes que creó, no pudiera encontrar un rumbo e improvisara sobre la marcha. Pese a todo, la energía que le imprime a la narración, más un sólido elenco consiguen que la película y su ambigüedad permanezcan en la memoria del espectador.