Hace ya unos cuantos años que Hammer Productions viene intentando reeditar sus viejos tiempos de gloria. Fundada en 1934, la productora británica tuvo su época dorada entre los 50 y los 70 con varios films de terror clásicos, empezando por la saga de Drácula protagonizada por Christopher Lee, compañero de Peter Cushing en La maldición de Frankenstein, primera película en color del estudio y otro éxito de taquilla. Luego de un largo paréntesis, la Hammer buscó reinsertarse en el mercado con Let Me In, una discreta remake de una gran película sueca, Criatura de la noche, de Tomas Alfredson, y ahora apuesta por una más claramente inspirada por El conjuro, otra de buena repercusión que le dio una pequeña inyección de vitaminas a un género que parece entrampado por la dependencia patológica de la cita.
En este caso, un profesor de Oxford desarrolla un exótico experimento con una jovencita aparentemente poseída. Lo acompañan en el asunto dos jóvenes estudiantes enredados con él en un triángulo amoroso y un desprevenido cameraman que, mientras intenta capturar imágenes de los fenómenos paranormales provocados por la chica, se va interesando cada vez más en ella e intenta librarla del tortuoso régimen al que es sometida. Hay algo deliberadamente kitsch en los estilos de actuación que tiñe de un humor tenue y deja respirar a una historia plagada de lugares comunes, obvios golpes de efecto y torpezas de guión. Pero está claro que no alcanza. Hammer debe seguir intentando.