A Silencio del Más Allá le faltan cojones. Porque no basta con poner un poco de grano en los planos, un par de patillas y unos cuantos paquetes de cigarrillos para emular al género horror de los 70. Lo que se necesita son un buen par de cojones para asumir riesgos. Y si la película tiene que ser sólo apta para mayores, bienvenido sea. Pero claro que en estos tiempos de apuestas fáciles, plagados de súper héroes en las grandes ligas y de falsos found footage en las bicocas del género, asumir riesgos es para unos pocos. El equipo de The Quiet Ones, con una línea de tres guionistas clavados en el fondo capitaneados por el timorato John Pogue, sale a la cancha a mostrar su juego conservador pero levantando las banderas de los audaces. Y ahí la decepción. En el banco está la mítica Hammer, que se está aggiornando velozmente y volviendo a generar mosca (la película ya recaudó el doble de su presupuesto). En esta ocasión, vuelve a producir una película sin personalidad; quinta producción de la nueva Hammer que a pesar de todo es superior a sus dos predecesoras más famosas, una remake de Criatura de la Noche que no alcanza la densidad ni la atmósfera de la sueca original y una olvidable La Dama de Negro a la que también le fue bastante bien en recaudación.
The Quiet Ones va hacia la apuesta fácil desde el principio. Tiene a la chica poseída tan de moda y unas dosis del falso found footage con el que se forraron todos. Hay punto de vista omnisciente pero también hay un camarógrafo que está para cumplir con la función de los planos actualmente redituables y no para jugar con el metalenguaje, y hay también algunas viejas cintas en blanco y negro. Y como en el horror de los 70 lo sexual era importante, entonces hay acá una guapa que se los coje a todos. Pero como lo primordial es la guita y esto tiene que ser apto para púberes que no deben ver diabólicas tetas ni mucho cachondeo, los cuerpos se nos niegan y los garches son a puerta cerrada. En Silencio del Más Allá todo queda a mitad de camino. La película nos vende un look que no es acompañado por la puesta en escena. Si Wan reproducía en El Conjuro una manera de encarar los planos y los tiempos en la creación del suspense -entre otros aciertos- acá el horror contemporáneo y su dependencia absoluta de los golpes de efecto contrasta con la intención de diálogo que parecía asomar a través de la estética superficial.