Ya he repetido hasta el cansancio ese axioma que reza cuando un filme comienza con la leyenda “inspirada en hechos reales”, el espectador debe leer entre líneas, adivinar que elemento o cual suceso es, o ha sido, parte de una realidad hasta este momento desconocida.
El problema de la repetición del axioma se debe a que estos productos cinematográficos son un refrito, millares de veces visto en otras tantas películas. Si la invasión visual y auditiva es la misma, si no cambian en nada la canción ¿porqué razón yo debería escuchar algo diferente?).
La historia se ubica temporalmente en el año 1971, espacialmente en principio en la universidad de Cambridge, para luego trasladarse a una casa casi abandonada en las afueras de Londres, situación que le proporcionará al filme una estética retro con la firme intención de seducir al espectador fan, utilizando además imágenes en fílmico de 16 mm y súper 8, muy en boga en aquellos tiempos. Estas imágenes estarán registradas por uno de los personajes.
El relato se centra en la experiencia llevada a cabo por el profesor Joseph Coupland (Jared Harris) en la que intenta demostrar que los actos “demoníacos”. de la que es victima Jane Harper (Olivia Cooke), no son otra cosa que un muy buen ejemplo de cómo la mente puede dominar al cuerpo.
Para llevar adelante esta empresa es ayudado por dos de sus estudiantes, y contrata a un joven para que filme el experimento.
Planteado de esta manera podría hasta parecer un enfrentamiento entre ciencia y religión, pero todo deriva en un pastiche de ejercicios de exorcismo al que sólo falto el Padre Merrin (Max Von Sydow), el personaje de la maravillosa “El Exorcista” rodada en 1973, dos años después de los sucesos que narra “The quiet one”, titulo original de éste engendro dirigido por John Pogue cuyo único antecedente en tal función fue “Cuarentena 2, Terminal” (2011).
La otra variable que podría sumarle interés, aunque finalmente no lo logre, es la casi centenaria productora Hammer Productions que supo hacer su nicho en el género del terror y tener su apogeo en la década del ´’60.
Entonces nos enfrentamos a una historia ya contada mil veces, con poco desarrollo, repetición hasta el cansancio de paradigmas del género, con irrupciones sonoras de alto volumen que producen sobresaltos en el espectador, pero del miedo olvídense.
El gran problema es que ese supuesto enfrentamiento entre erudición y culto está puesto en los personajes, específicamente en el profesor, que al no tener ninguno la construcción y evolución necesaria se va diluyendo hasta convertirse en lo mismo de siempre, o en nada.
Sí se podrían rescatar las actuaciones, el siempre más que correcto Jared Harris, y la niña Olivia Cooke, quien involucra su cuerpo de manera increíble y muestra algunos recursos histriónicos más que interesantes, pero eso es todo, demasiado poco, aunque parezca un simple oxímoron.