La productora Hammer vuelve a atacar y, luego de la fantástica reimaginación Let Me In y la interesante The Woman in Black, nos trae una nueva historia de apariciones sobrenaturales y estudios eruditos alrededor de ellas. Desafortunadamente, el arribo del film de John Pogue llega a caballo del éxito no muy lejano de James Wan y su impactante The Conjuring, motivo por el cual los pocos elementos a favor que podía tener The Quiet Ones se ven alienados por la escasa frescura en su propuesta.
No es la intención comparar constantemente con otras compañeras del género, pero The Quiet Ones se siente desde la primera escena hasta la última un refrito de lugares comunes, visitados constantemente una y otra vez hasta el cansancio. Si funcionó una vez, ¿por qué no reutilizarlo unas veces más?, parecería ser el lema de los productores. La Hammer fue y es una entidad dentro del horror, pero los tiempos cambiaron y para sorprender ya no es posible seguir implementando los sustos fáciles uno detrás del otro, con el sonido amplificado, y así repetir el esquema. Sí, The Conjuring también los utilizaba, pero a su favor se encontraban la construcción de una sensación de desasosiego absoluto que iba escalando en energía conforme pasaba el tiempo, junto a un elenco sólido y humano por el cual realmente uno sentía pena y/o pánico de lo que fuese a suceder.
The Quiet Ones tiene mucho de esos factores, pero en diminuta escala. Tanto el profesor, encarnado por un siempre satisfactorio y creíble Jared Harris, como Jane -una emotiva Olivia Cooke como la dolida paciente del experimento facultativo- prometen un costado humano para que el espectador empatice con ellos, aunque no lo logre el resto del equipo. Y sí, la ambientación de los años '70 -escenario donde transcurre también The Conjuring- se muestra medianamente inspirada, pero el guión escrito a varias manos con el director y tres autores más hace agua desde absolutamente todos los lugares posibles, condenando a la película a vivir en un segundo acto eterno, donde la repetición de patrones se suceden escena tras escena.
Si no fuese por su frustrante linealidad, The Quiet Ones sería recordada por su público durante muchos meses, pero su comodidad en el nicho de la mediocridad la condena a satisfacer las ansias del espectador de saltar en la butaca durante hora y media, y luego olvidarse de ella en la cena posterior al cine. ¡Buena suerte para la próxima, Hammer!