"Silencio en la ribera": el fantasma de Haroldo Conti
La película utiliza como uno de sus elementos fundantes un texto de Conti sobre la isla Paulino publicado en la revista "Crisis" en abril de 1976, pocas semanas antes de su secuestro y desaparición a manos de los militares.
La figura de Haroldo Conti es rectora en la opera prima de Igor Galuk. Sin embargo, no se trata, ni por lejos, de un simple documental hagiográfico sobre su vida y obra. Largometraje de varias capas, proteico y diverso en los materiales y formas que lo integran, Silencio en la ribera utiliza como uno de sus elementos fundantes un texto de Conti sobre la isla Paulino publicado en la revista Crisis en abril de 1976, pocas semanas antes de su secuestro y desaparición a manos de los militares. El escritor vivió en la isla, acodada sobre Berisso y abierta al Río de la Plata, durante algunos días y el resultado de esa experiencia, una crónica a mitad de camino entre lo periodístico y lo poético, como un aguafuerte isleño, acompaña gracias a la voz en off las imágenes registradas en el presente por Galuk, más otras tomadas hace cinco décadas por otro cineasta, Roberto Cuervo, integrante de la mítica Escuela de Cine de La Plata.
Ese documental inconcluso del pasado, las tomas actuales y las palabras de Conti, que hablan de un presente estancado y un pasado sino glorioso al menos orgulloso, antes de la gran inundación de 1940 y el comienzo del desbande de sus habitantes, construyen un objeto documental consecuente con sus ideas formales y éticas. No se trata de adornar la vida en los márgenes y hacer de ellas algo pintoresco; tampoco convertirlas en blanco de la piedad del espectador. Por el contrario, y más allá del juego constante con lo poético –el film está dividido en cuatro capítulos, uno para cada estación del año, más un epílogo–, Silencio en la ribera termina resultando curiosamente objetiva. Galuk utiliza el recurso de la cámara lenta en un par de instancias, quizás el único desliz hacia el terreno de la estetización un tanto superficial, pero en gran medida apunta el lente de la cámara hacia sus sujetos con rigor y cariño.
La pesca de bagres con salida al río ayudada por la fuerza de un caballo, la recolección de cañas para la manufactura de artesanías (y la maldita costumbre de la quema), la técnica semi patera del vino de la zona, “reputado por los catadores de escasa calidad, aunque sin embargo, para nosotros, los de las islas, es el vino de la memoria, el vino del río”, en palabras de Conti. De pronto, la imagen de un imponente navío que recorre el estrecho canal le recuerda al espectador que Paulino no es un islote perdido en medio del océano sino un paraje cercano a las urbes, un paso portuario de barcos de gran calibre.
Desde el pasado, en estricto blanco y negro, llegan las imágenes de Cuervo y las de otro documental filmado a mediados de los años 60, tan similares a las actuales que permiten la comparación directa, sin filtros. A veces Conti aparece en cuadro tomando mate, tecleando en su máquina de escribir, solo o en compañía de su compañera Marta Scavac. Fantasmas de la isla, siempre la isla, con sus casas de madera y techos de zinc, tan antiguos hoy como cuando los describió el escritor.