Martín Scorsese por fin pudo concretar este proyecto que tiene entre manos y que quería hacer después de “La última tentación de Cristo”. Lo que muestra en su film nos lleva al siglo 17, cuando jesuitas portugueses van a Japón a descubrir que ocurrió con su maestro, un sacerdote sobre el que giran rumores de apostasía (renuncia a la religión) y adopción del budismo. Ya saben que los que los católicos son reprimidos brutalmente. Esa brutalidad ejercida por un inquisidor es mostrada con toda su dimensión del horror. Tanto los sacerdotes, como sus conversos son obligados a renunciar a su fe pisoteando una imagen, o sufrirán ahogamientos, desangrados y otras torturas que se muestran contrapuestas a una naturaleza en todo su esplendor. Es que el film plantea muchos interrogantes: Primero el porque de esa necesidad de conquistar a culturas tan distintas, que muchas veces tergiversan el contenido religioso nuevo y son aprehendidas de manera peculiar, y por vivir en circunstancias de extrema pobreza y abandono. Luego la terrible dicotomía entre la renuncia o el soportar el martirio más feroz. Pero también se enfrentar a un Dios que se mantiene en silencio y supuestamente indiferente a las torturas que se soportan en su nombre. No es poco. Todo el film esta atravesado por dudas, certezas, dolores, que transforman a esta larga película (dos horas y 41 minutos) es una visión interesantísima, con grandes actuaciones de Lian Neeson, Andrew Garfield, Adam Driver entre muchos otros que realizan una entrega pasional a sus personajes.