La nueva película del realizador de “Buenos muchachos” lo muestra en una búsqueda similar a la de “La última tentación de Cristo” al plantear los conflictos que atraviesan dos jesuitas que viajan a Japón en el siglo XVII para tratar de mantener vivo allí al cristianismo, prohibido por las autoridades. Un filme épico pero, a la vez, un cuestionamiento íntimo sobre los límites de la fe.
A esta altura de una carrera cinematográfica que se extiende por casi 50 años es innegable la versatilidad formal de Martin Scorsese como así también sus obsesiones, que pueden tomar distintas formas cinematográficas. Después de una película ácida, cómica, moderna y veloz como EL LOBO DE WALL STREET, el realizador de TAXI DRIVER hace un giro formal de 180 grados para entregar una película que, en ese aspecto, parece ser su completo opuesto: calma, épica, sosegada, clásica en su formato. Ese antagonismo, sin embargo, se termina ahí. Finalmente, los personajes de sus películas son siempre tipos obsesivos y martirizados que viven en el límite entre la fidelidad y la traición, tratando de encontrar justificaciones éticas, morales o religiosas que les permitan tomar decisiones que van en contra de sus convicciones.
No hay personaje, casi, en la carrera de Scorsese, que no se haya planteado lo mismo que se plantea el Padre Rodrigues a lo largo de SILENCIO: “¿qué es una traición?”, “¿hay un causa mayor que la justifique?”. En este relato de aventuras y de conflictos religiosos, los personajes se debaten qué hacer ante la persecución de los japoneses hacia los cristianos en el siglo XVII. ¿Ser fiel a sus creencias y morir –y dejar morir a miles– por ella? ¿Entregarse al enemigo para salvar a los fieles pero con eso traicionarse y abandonar su credo? ¿O existe alguna otra opción? Como en muchas de las películas de Scorsese, allí están los personajes que dudan antes de tomar esa decisión. En este caso, le preguntan a Dios qué es lo que deben hacer. Y la respuesta, bueno, suele ser la que le da título al filme.
Basado en una premiada y controvertida novela de Shusaku Endo de 1966 que ya fue llevada al cine por Masahiro Shinoda en 1971, SILENCIO arranca con una escena terrible y cruenta en la que se ve al Padre Ferreira (Liam Neeson) siendo testigo de las crueles torturas seguidas de muerte que sufren los cristianos que se niegan a apostatar, a renunciar a su religión, prohibida entonces en Japón. Del Padre Ferreira no se sabe más que lo que se lee en esa carta suya –en la que se relatan esos hechos–, la que llega años después a Macao, donde dos jesuitas –el Padre Rodrigues y el Padre Garupe–, fieles seguidores suyos, se niegan a creer lo que se rumorea: que Ferreira renunció a la religión cristiana y que hoy vive como un japonés más. Sin noticias suyas y con la ayuda del único japonés que encuentran allí (un alcohólico que parece no tener más deseos de vivir que revelará, con el correr del filme, ser un personaje extraordinariamente complejo) emprenden un peligroso viaje a buscarlo.
Al llegar allí se topan con los habitantes cristianos de la aldea de Tomogi que viven escondidos, temiendo ser hallados y asesinados si no renuncian a su religión. Se establecen allí durante un tiempo pero luego deben esconderse y fugarse cuando el pequeño grupo de cristianos es encontrado y forzado a apostatar o ser torturados hasta morir. Rodrigues y Garupe parecen diferenciarse en cuanto a cómo actuar ante esta terrible situación: el primero puede entender de parte de los habitantes la necesidad de apostatar (al menos, de la boca para afuera) para evitar ser asesinados junto a sus familias mientras que el segundo no concibe la idea de traicionar sus creencias. Los caminos los separarán y será Rodrigues el que, de a poco, se vaya acercando no solo físicamente a Ferreira, sino –como el protagonista de APOCALIPSIS NOW en la búsqueda del mítico Coronel Kurtz– a atravesar su misma experiencia, entender lo que le sucedió y conocer más en profundidad los conflictos entre los jesuitas cristianos y los locales, budistas.
SILENCIO tiene dos partes muy diferenciadas y una larga coda. La primera es el relato más o menos “aventurero” de las peripecias de Rodrigues (Andrew Garfield, a quien el papel le queda un tanto grande) y Garupe (Adam Driver, extraño como siempre) tratando de mantener vivas las tradiciones de las ocultas comunidades cristianas en Japón a riesgo de muerte. La segunda empezará cuando el Inquisidor (Issey Ogata) descubra y detenga a Rodrigues y, con la ayuda de un traductor (el gran Tadanobu Asano), intente convencerlo, por el debate de ideas primero y, si no funciona, por métodos más cruentos, de que renuncie a una religión que, según él, jamás podrá hacer pie en el budista Japón, una tierra que, dice, no es fértil a esas ideas.
El filme se estructura a través de tres cartas que se leen en off. La primera, de Ferreira, dispara la acción. La segunda, que va escribiendo Rodrigues, es la que relata la acción central. La tercera es de un comerciante holandés que contará lo que pasa después y que no adelantaremos aquí. En su segunda mitad, SILENCIO abandona la peripecia para centrarse más concretamente en cuestiones religiosas y dilemas éticos: ¿los cristianos japoneses comprenden realmente los conceptos de dicha religión o hay acaso una confusión idiomática al respecto? ¿Qué es una “verdad” cuando de religiones se habla? ¿La debilidad, la rendición a las creencias, pueden ser vistas también como lógicas respuestas ante una batalla perdida, algo capaz de salvar vidas?
Rodrigues se desgarra ante estas cuestiones y espera de Dios algún tipo de respuesta a sus rezos y ruegos por ayuda, por piedad, por acompañamiento. Pero nada parece llegar. Scorsese pone a Rodrigues, como a muchos otros personajes de su filmografía, ante una batalla interna agonizante. En sus películas religiosas (LA ULTIMA TENTACION DE CRISTO), en las de gangsters (BUENOS MUCHACHOS, CASINO), en LOS INFILTRADOS, en EL LOBO DE WALL STREET, a sus protagonistas se los pone ante situaciones similares, en estas últimas con el FBI en el rol que aquí tienen los japoneses. Solo que acá la salvación toma características un tanto más filosóficas, además de físicas. ¿Habrá lugar en el Paraíso para un apóstata?
SILENCIO, como su título lo indica, tiene el marco estético de una película épica de esas que Hollywood suele sacar para la época de los Oscars, pero Scorsese pronto subvierte el relato, dejando la peripecia afuera del la centralidad de la trama y reemplazándola por los debates filosóficos/religiosos. Utiliza además una música que, haciendo honor al título del filme, apenas se escucha, sonidos mezclados entre el ruido de las hojas, el viento y la furia del mar que se lleva los cuerpos de los que se resisten a hacer lo que las autoridades le piden: pisar la figura de Jesús en el llamado fumi-e.
Es una película compleja porque ofrece más dudas que certezas. Ante los momentos más duros que debe atravesar Rodrigues, Scorsese pone en primer plano la misma pregunta que miles de creyentes deben hacerse muchas veces: ¿cómo seguir creyendo en Dios ante las cotidianas masacres, injusticias, muerte y crueldad que nos toca vivir? No hay respuesta, claro. Jamás la habrá. El silencio ante los grandes misterios de la existencia seguirá siendo siempre eso. Silencio.