Inquisidores Cazados
Martin Scorsese es uno de los pocos directores de Hollywood que cuenta con la libertad (y el presupuesto) para hacer lo que quiere. Semejante margen de maniobra es avalado, lógicamente, por su prolífica trayectoria, compuesta de películas memorables como Taxi Driver (1976), Goodfellas (1990), Gangs of New York (2002) y The Aviator (2004), entre otras. A lo largo de los años, su versatilidad como narrador le ha permitido realizar desde lúcidos homenajes documentales a grandes grupos musicales de la historia (The Last Waltz, 1978; Shine a light, 2008), hasta cínicos retratos sobre los excesos de un magnate de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013). Silencio (2016) -filme que narra la epopeya religiosa de dos monjes jesuitas en el Japón feudal del siglo XVII- es una muestra más de esa magnífica heterogeneidad temática y narrativa que puebla la obra del director neoyorquino.
Sin embargo, no esperen encontrar aquí el ritmo frenético de “El lobo…” ni la potencia arrolladora de The Departed (2006). Silencio es una película lenta, de tono contemplativo e impronta reflexiva. Mucho de lo que acontece en pantalla tiene que ver con disquisiciones religiosas, debates internos del protagonista y cuestiones vinculadas a la fortaleza de la fé. En este sentido, es posible que resulte más atractiva para aquellos espectadores involucrados de una u otra manera con la religión católica. Para quienes expresan una postura más escéptica, el filme puede tornarse largo y tedioso, sobretodo por la postura complaciente que adopta el director (y guionista) con los preceptos del cristianismo.
La trama se centra en dos misioneros portugueses del siglo XVII que deciden emprender un viaje a Japón para rescatar a su mentor, el padre Ferreira (Liam Neeson), quien luego de ser capturado y torturado ha renunciado a su fe. Los susodichos son el padre Rodrigues (Andrew Garfield) y el padre Garupe (Adam Driver), y ambos son jóvenes dogmáticos profundamente comprometidos con la misión de expandir las fronteras del catolicismo en tierras orientales. Así, mientras buscan a Ferreira, los dos curas comienzan a predicar en pequeñas aldeas de pescadores, en un contexto de fuerte represión y proscripción de las prácticas cristianas.
Teniendo en cuenta que la inquisición portuguesa se extendió entre los años 1536 y 1821, podría plantearse que Silencio es -paradójicamente- la historia de dos inquisidores cazados. En efecto, la película retrata con crudeza las persecuciones, torturas y asesinatos que se ejercieron en Japón a aquellos que se atrevieron a profesar una religión distinta a la oficial, en un marco de fuertes barreras no sólo religiosas, sino también culturales.
Dueña de una exquisita fotografía -a cargo del mexicano Rodrigo Prieto- y de una excelente ambientación histórica, quizás el problema de Silencio sea que redunda demasiado en los dilemas morales de Rodrigues (sobria interpretación de Garfield). En ese aspecto, el guión no abunda en las particularidades de las creencias orientales o en el choque cultural entre ambos mundos (algo que podría haber sumado elementos interesantes a la narración). Todo se centra en los tormentos, culpas y penitencias que atraviesa el misionero portugues. Y en una película de 160 minutos, ese derrotero se vuelve punitoriamente largo.
Scorsese viene queriendo producir este proyecto desde hace casi 30 años, pero por cuestiones de presupuesto primero, y de agenda después, nunca pudo salir a la luz. El filme está basado en la novela homónima de Shusaku Endo de 1966, y llegó a sus manos poco después del estreno de “The Last Temptation Of Christ” (1988). El hecho de que finalmente se haya concretado da cuenta de la voluntad inquebrantable del director (aún más fuerte que la del protagonista), y si bien quizás no sea lo mejor de su filmografía, siempre es una cita obligada para todos los amantes del cine “ir a ver la última de Scorsese”.