Silencio

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

Apóstatas

A esta altura es indiscutible que el realizador norteamericano Martin Scorsese –La Invención de Hugo Cabret (Hugo, 2011)-, además de tomar riesgos, tiene como premisa combinar su pasión por el rescate y la difusión de films poco conocidos en Estados Unidos a un público actual con la dirección, una profesión en la que se destaca como un artesano en la puesta en escena de dramas en los que los grandes conflictos de las relaciones humanas cobran forma a través de las instituciones actuales.

Silencio (Silence, 2016) es la remake del film homónimo japonés, Chinmoku (1971), la obra maestra de Masahiro Shinoda, basado en la extraordinaria novela publicada en 1966 por el escritor nipón, Shûsaku Endô, uno de los más refinados exponentes de la literatura japonesa de posguerra, que participó junto a Shinoda en la adaptación de la historia al cine.

El film de Scorsese se centra en la llegada de dos sacerdotes jesuitas de La Compañía de Jesús a las aldeas alrededor de Nagasaki, en el suroeste de Japón, tras las persecuciones contra los creyentes cristianos producto de los levantamientos de Shimabara por el aumento de los impuestos a los campesinos por parte del señor feudal durante el periodo del shogunato Tokugawa, en el Siglo XVII.

En este contexto de persecución, dos curas jesuitas portugueses, Rodrígues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver) arriban a Japón para buscar a su antiguo mentor, Ferreira (Liam Neeson), desaparecido en medio de las purgas, a través de Macao, con la ayuda de un atormentado pescador alcohólico, Kichijiro (Yôsuke Kubozuka). Allí los campesinos los reciben con grandes esperanzas que superan las expectativas de los jóvenes sacerdotes idealistas, pero los inquisidores feudales no tardarán en descubrir que los misioneros están predicando nuevamente en la isla.

Scorsese regresa con un homenaje cinematográfico que cobra valor propio gracias a escenas realmente estremecedoras y de gran belleza, en un film que plantea la cuestión del nacionalismo, la colonización y las misiones religiosas desde un punto de vista crítico y analítico que desglosa los discursos para contrastarlos con las ideas y la fuerza en una lucha ideológica encarnizada entre la tradición budista, sostenida por el orden Shogun, y la fe católica jesuítica, representada en la brutal historia del calvario de Jesús.

Con gran delicadeza, el director de fotografía Rodrigo Prieto (Argo, 2012) trabaja cada escena de forma umbría y elegiaca para transmitir la distancia cultural, la aflicción y la desesperación ante la persecución y el tomento ante la tortura física y psicológica. Las actuaciones son extraordinarias, al igual que la adaptación de la obra de Endô y Shinoda por parte de Jay Cocks –Pandillas de Nueva York (Gangs of New York, 2002)-, Kenneth Lonergan –Manchester Frente al Mar (Manchester by the Sea, 2016)- y Steven Zaillian (Moneyball, 2011), que demuestran un gran talento al respetar la obra original a nivel discursivo y artístico, pero agregando maravillosas sutilezas y detalles tan magníficos como perturbadores.

El film se destaca por su sobriedad estética y su narración parca y mesurada, que busca en los detalles de la imagen y las profundas argumentaciones de los discursos la construcción de un sentido dialéctico entre lo espiritual y lo material, creando así una obra de gran complejidad que modera la intensidad de su interpelación de acuerdo a la necesidad artística para crear escenas de gran trascendencia y valor estético, lo que demuestra una vez más que Martin Scorsese es uno de los grandes artistas de nuestra época.