Silencio es un film que desafía al espectador en varios sentidos. Por un lado brinda un debate filosófico sobre la religión con dos puntos de vista encontrados, y por otro llama a la reflexión.
Todo con un ritmo muy lento y cero dinamismo. Un clima buscado y muy conseguido.
Se nota mucho que es una película muy personal para Martin Scorsese y se entiende por qué tardó veinte años en hacerla.
Es cero comercial y desentona con el cine de los últimos tiempos. Incluso con el cine de Scorsese de los últimos años.
La película tiene dos atractivos muy grandes más allá de conectar o no con su historia: una fotografía fantástica con paleta de colores excelente y una actuación brillante por parte de su protagonista.
Andrew Garfield se ha convertido en uno de los mejores intérpretes de su generación y tranquilamente podría haber tenido una doble nominación al Oscar.
Transmite mucho en este rol de misionero del Siglo XVII a través de sus miradas, gritos y llantos. Pero es en sus momentos de cuestionamiento donde más se luce.
Adam Driver (y en menor medida Liam Neeson) está bien pero ni por asomo logra una interpretación tan fuerte.
El director plantea un mundo tan interesante como real que cuesta comprender con la mirada actual.
Es un film muy cargado de doble lectura y que necesita varios visionados para poder entender bien todo. Merece un análisis académico profundo.
Y si bien ese no puede catalogarse como problema, queda claro que su estreno en salas comerciales argentinas se debe al nombre de su director que va a atraer a cinéfilos acérrimos que quieran escapar a tanques.
Scorsese viene diciendo hace mucho que el cine como arte ha muerto. Me da la sensación que esta es su despedida aunque haga cinco películas más.
Silencio puede interpretarse como una gran y lenta pausa (incluso en la literalidad de su título) a la actualidad de la industria. Es por eso que es una película para muy pocos.